Labels

viernes, 28 de septiembre de 2012

Dulce desconocido

Hola, hacía tiempo que no subía nada, aquí os dejo un nuevo relato, echo por una frase propuesta en un juego para inspirar. La frase es "La luz se reflejaba en sus ojos". Propuesta por Kio Somara, una gran escritora. Espero que les guste.


Dulce desconocido
La mañana se había levantado tormentosa. Ariadna se desperezó en la cama, sin ganas de salir de las cálidas ropas; la alarma de su móvil, que la había pospuesto, volvió a sonar, acababan de pasar diez minutos, no podía perder más tiempo.
Alcanzó la bata que estaba a los pies y se la colocó antes de retirar el edredón de plumas. Calzó sus zapatillas y se metió en el baño poniendo rápida el calefactor. Se miró en el espejo de encima del lavabo, su rostro le devolvió una mirada de ojos verdes algo curvos, labios de fresa listos para besar a cualquier hora, en cualquier momento… todo, en una cabeza ovalada, adornada con una melena corta de rizos negros que parecían haberse encrespado por un cortocircuito.
Suspiró profundamente. No le apetecía ir al trabajo, pero debía ir, se había independizado para alejarse de los cotilleos de su madre, que estaba más volcada en su vida que la en la suya propia desde que se divorció de su padre. Además, ya tenía veinticuatro años, quería su intimidad a resguardo, sin tener que esconderse de su atolondrada mamá.
Se lavó, peinó rápido, maquillándose ligeramente. Tomó la ropa colocada en una silla para el día que le esperaba, una moderna camiseta roja de tirantes y encima un jersey de lana blanco con un enorme cuello, largo para un cinturón, y unos leggins. Se colocó sus botas y bajó corriendo a la cocina.
Puso la tostadora con dos rebanadas de pan bimbo, apretó el botón del hervidor de agua para hacerse con su té favorito. Pulsó el botón del televisor poniendo las noticias de la mañana, el tiempo que haría, esperaba que lloviera aún más, así tendría una mañana tranquila en la tienda.
Acabó con todo, tomó su bolso, paraguas y abrigo, apresurándose para coger el autobús que estaba en la esquina de la calle.
Ya dentro del vehículo, suspiró aliviada de llegar a tiempo, no es que odiase su trabajo, sino a su nueva encargada, una compañera a la que habían ascendido y subido el orgullo, tratando a todo el personal como si fueran sirvientes.
- Sólo voy a trabajar, a echar mis cuatro horas y punto.- se dijo en voz baja para darse ánimos.
Si el jefe auténtico, el que llevaba aquello, viera lo estropicios que la nueva encargada hacía, como quitar las clientas a sus compañeras, poner en ridículo al personal delante del público, o fugarse horas y horas quién sabe dónde, tras luego decir que faltaba dinero en caja.
El autobús paró para recoger más personas, y continuó su trayecto. Ella debía parar en la avenida principal, tardaría diecisiete minutos exactos. Sacó su teléfono, buscando aquel jueguecito de explotar bolas llamado buble, dispuesta a pasar el rato.
- Ese juego parece interesante, ¿venía con el móvil o te lo descargaste?
Levantó la vista algo asustada al no esperase que le hablaran.
- Eh… me lo descargué en casa, allí tengo wifi.- contestó, maldiciéndose después del porqué lo había hecho y a un extraño además.
El hombre sonrió mientras ella le miraba desconfiada.
- Veo que sus atuendos son de la impresionante tienda de “Stupor”.
- Sí, lo es.- suspiró nuevamente.- Es bastante famosa, supongo que todo el mundo la conoce.
- ¿Tú crees? ¿Va mucha gente a comprar?
Se encogió de hombros.
- Supongo que podrían ir más si quién yo me sé, no lo estropeara con sus apariciones.- dijo más para ella que para que le oyera el chico.
- ¿Cómo dices?- le interrogó levantando las cejas.
Ariadna sonrió a su dulce desconocido; estaba tan quemada de Lucía, la encargada, que ya hablaba de más con cualquiera.
- Nada, perdone, son cosas mías.- le habló calmada.
Fue cuando lo observó enteramente, descubriendo un rostro esculpido, de labios medios, nariz aguileña y ojos grises oscuros. Su cabello peinado, de pelo castaño, era una melena por encima del hombro, echado hacia atrás. Su porte era atlético y refinado, olía a recién afeitado. Vestía unos sencillos vaqueros oscuros y un jersey marrón desierto, que se escondía bajo su chaqueta. Ariadna bajó su vista a los zapatos disimulada, calzaba unas deportivas adidas blancas.
Sonrió. Era un chico normal y corriente, o eso parecía. Le agradaba ese tipo.
- Ah… vale.- le devolvió la sonrisa, en una boca perfecta.- ¿Vas a algún sitio?
- Sí, voy al trabajo.- le respondió.- Perdona, aún no me has dicho tu nombre.- le habló.
- ¿No?- y se manoseó la barbilla en gesto despistado.- ¡Caray, que falta de educación por mi parte!- Ariadna rió.- Soy Andrés, encantado…
- Ariadna.- le contestó ella.
Estrecharon la mano riendo.
- Y dime, ¿es adictivo ese juego?
- Me entretiene hasta llegar a mi parada.- le contestó.- Y tú, ¿a dónde vas?
- Voy de compras.- le dijo divertido y rió al ver la expresión de sorpresa en ella.- ¿Acaso un chico no puede ir de compras?
- Bueno, no es que conozca a muchos que lo hagan… - se defendió.
- Jajaja… ya veo.- La observó un rato en silencio, los rizos de Ariadna se movían a cada movimiento de su cabeza o respiración, y eso le daba un toque atrayente, por no decir de que sus labios lo tenían loco desde que se abrieron para contestarle.- ¿En dónde trabajas? ¿En una oficina, tienda…?
- Reconociste la ropa.- le respondió ella.
Andrés hizo una “oh” con su boca, sin llegar a pronunciarla, sus cejas se arquearon momentáneamente.
- Eso sí que no lo esperaba.- habló.
Ariadna lo miró extrañada. El autobús avisó su parada, ¿ya habían pasado los diecisiete minutos? Se le antojó que había sido uno.
- Es mi parada.- le dijo.
- Bajaré contigo, me gustaría ver tu tienda. Tiene muy buena fama.
Ariadna suspiró.
- Espero que no te topes con la encargada.
- ¿Y eso?
- Lo siento, no me gusta hablar mal de mis compañeras.- le respondió con una forzada sonrisa al pensar en Lucia.
El semblante del muchacho, sonrió sereno. De verdad que le gustaba aquella chica.
- Oye, ¿qué te parece ir a desayunar en tu descanso, juntos?
- No sé si podré.- contestó sincera, últimamente la encargada la había tomado con ella.- Pero podemos tomar un café a la tarde, antes de entrar en mi siguiente turno.- le propuso, Ariadna le dedicó su mejor sonrisa para convencerle.
A ella también le había gustado aquel encuentro, no iba a perder la oportunidad de otro en un lugar más relajado. Aunque tenerlo en la tienda merodeando, sería un placer.
- Me parece bien.- le contestó.- ¿Nos intercambiamos los teléfonos?
- Claro.- le dijo ella entusiasmada.- Dime.
Tomaron ambos los números, el autobús paró, y ellos bajaron riendo. Cruzaron la avenida andando un poco, siguieron hablando hasta entrar en el comercial de ropa donde Ariadna trabajaba.
- Si necesitas ayuda, búscame, ¿de acuerdo?
- Puedes estar seguro, de que lo haré.- le dijo guiñándole un ojo.
Entraron, primero Ariadna, y tras ella, lo hizo Andrés.
Lucia fue flechada hasta la muchacha ignorando al sorprendido chico cuando la vio aparecer de repente.
- ¿Por qué no has llegado antes? Rosa se ha puesto enferma, y me ha tocado a mí, ¡a mí! Limpiar la puerta. Por supuesto, no he tocado los servicios. Ya sabes que se gastaron los guantes la semana pasada, y aún no ha entrado dinero para comprar nuevos.
- Lo siento, Lucia.- le dijo la muchacha reaccionando, y vislumbró el reloj de una de las paredes. La miró impotente- Pero si llego quince minutos antes, ¿a qué viene esta regañina?
- Soy la encargada, ¿recuerdas? Yo mando.- le dijo con una perversa sonrisa.
Fue cuando descubrió a Andrés detrás de la empleada.
- Oh, disculpe, señor. ¿Se ha perdido?- le dijo cambiando el tono de su voz a uno dulzón, enderezándose y sacando pecho, mientras hacía a Ariadna a un lado. La miró un momento.- Ponte a limpiar ya.- le dijo, y volvió a Andrés.- ¿Puedo ayudarle? ¿Busca algo en especial?
- Había oído rumores…- dijo Andrés aún con los ojos agrandados por el pequeño espectáculo.- pero se quedan cortos.
- ¿Perdone?- le preguntó Lucia sin soltar su falso encanto.
- Creo que Ariadna se merece un descansito ahora, me apetece que venga conmigo a desayunar algo. Mi estómago ruge.- habló buscándola con la vista, ignorando a la furiosa encargada.
- Lo siento, señor, pero mi empleada no está disponible. Aunque yo sí.- añadió volviendo a su increíble actuación.
Andrés andó hacia Ariadna, que llevaba una fregona y un cubo dirigiéndose a los servicios del fondo de la impresionante tienda mixta.
- ¡¡Señor!! ¡¡No puede entrar ahí!!
Andrés hizo caso omiso, siguiendo a la chica de rizos negros. Le quitó el fregón de las manos.
- ¿Vienes, querida?- le preguntó mirándola fijamente.
La luz se reflejaba en sus ojos verdes, y Andrés se quedó hipnotizado por momentos mientras una Ariadna sorprendida no sabía qué contestar.
- ¡¡Señor, deje a mi empleada ahora mismo y váyase al cuerno!!- gritó Lucía tras ellos.
Andrés se volvió hacia la encargada.
- Señorita, Lucía Muñoz Estronla, está despedida.- le dijo sacando de su bolsillo la cartera y mostrándole algo. Se volvió hacia Ariadna.- ¿Vienes, nueva encargada?
- ¡¿Qué… cómo?!- logró balbucear.
Lucia estaba clavada en el sitio, sin poder moverse.
Andrés tiró de Ariadna.
- Te dije mi nombre, ¿verdad? ¿Acaso no reconoces a tu jefe?- le dijo con una sonrisa llevándosela afuera.



viernes, 27 de julio de 2012

Cosas del destino


Era demasiado tarde, lo era, sí, porque él ya se había ido y yo, tonta de mí, no tuve el valor suficiente para decirle que lo amaba. Es increíble que una simple palabra sea tan difícil de pronunciar cuando él estaba delante.
Debía olvidarme de él, nunca más le vería, el verano acababa y volvería a mi rutina diaria, a cuidar a Marga y, con un poco de suerte, podría trabajar en el hospital de la capital.
Regresé a casa. Javi, mi hermano, estaba terminando de recoger sus cosas.
-   ¿Se lo has dicho? Chiqui.- Me preguntó al verme.
Le miré a punto de sollozar, negué. Él se acercó.
-   No te preocupes, seguro que si es para ti volverás a verlo, mi pequeña María.- me dijo cariñosamente abrazándome.
Respondí a su abrazo con otro, me sentía tan deprimida que era reconfortante. La verdad es que adoraba a mi hermano, siempre me había cuidado desde pequeña, mis padres trabajaban fuera y él se encargaba de todo lo que necesitaba.
-   No creo que eso ocurra.- le dije entre sollozos.- No creo en el destino... él ya no volverá a verme, se olvidará de mí y encontrará a otra que le diga que le quiere...
-   Tranquila, chiqui, no digas eso, nunca se sabe. Además, no sabías si te quería o no.
-   Por eso se olvidará pronto de mí... - le contesté abrazándole fuerte sin poder contener mi llanto.- ¿Tan fea soy?
Javi rió.
-   No, eres la hermanita más guapa de toda España.
-   Eso lo dices porque soy tu hermana.- le hablé mirándole, logrando contener mi llanto.
-   Lo digo en serio, y el que no te quiera, no sabe lo que se pierde. Tú eres tú, María, no cambies nunca, al que no le gustes que se busque otra. Aunque... el chico te aceptaba... - comentó pensativo.
-   Ya vale, quiero olvidar esto, no lo soporto.
-   Lo siento, pequeña.- me dijo con una sonrisa tranquilizadora.
Le devolví la sonrisa.

Pasadas unas semanas, ya en el pueblo, había comenzado con mi rutinaria vida.
Marga estaba tan insoportable y quisquillosa como siempre con su sobrina. Cuando llegué, le sonreí abiertamente.
-   Buenos días, Marga.- le dije.- ¿Cómo ha pasado el verano?
-   ¿Cómo crees que lo he pasado, María? Esta sobrina mía no sabe hacer nada más que quejarse de mis manías, ya sabes, María, que mis manías son algo que no van a desaparecer hasta que me muera, pero esa estúpida no lo entiende.- me dijo, su voz era en un tono medio enfadado medio en reproche, y hablaba con mucha vitalidad.
Sonreí a la anciana.
-   Venga Marga, no será para tanto.
-   ¡Oh, sí que lo es! Tengo 83 años, jovencita, y tú tienes más educación que esa niña. Se creerá que le voy a dejar mi herencia, la muy capulla.- insultó bajando la voz.- Por eso me acogió en su casa, no tengo ninguna duda. ¿Y a ti, cómo te ha ido, María?
-   Bien, me he bronceado, y espero que... no me dure mucho.
Marga me miró curiosa y sospechosa.
-   Pues a mí me gustaría que me durase mucho, en verano te pones muy guapa, María, te sienta.
-   Gracias, Marga.- le dije sonriendo.- ¿Qué desea que hagamos hoy? ¿Un  paseo, de compras, un libro... ?
-   Un libro, esta tarde pasearemos. Aunque antes quiero que me cuentes como han sido tus vacaciones, necesito oír algo nuevo que no sean los cotilleos del corazón.
Suspiré, enseguida me compuse y comencé a relatarle el verano que había pasado en compañía de mi único hermano.
Marga escuchaba atenta cada palabra, sonreía, se ponía seria, volvía a sonreír y me regañó cuando le dije que no le había dicho nada al posible chico de mi vida.
Tras ello, me animó diciéndome algo parecido a lo de mi hermano con lo del destino, ella era una mujer que creía en él. Después, me contó sus planes y los fatales días que había pasado con su sobrina Vanessa, que sólo quería el dinero y la casa que ella tenía; por ello, Marga había decidido trasladarse ella sola a una residencia.
-   Y tú, María, deberías ir a ese hospital del que te llamaron una vez. Yo estaré bien sin ti, aún tengo ovarios para enfrentarme a esa bruja de Vanessa.
Le sonreí, me caía bien, y no podía negar que su sobrina fuera una bruja, ni siquiera me pagaba bien.
A la tarde, fui con Marga a visitar la residencia, le explicamos la situación y la monja, que era amiga de ella y conocía a Vanessa, le contestó que no había ningún problema, ella se encargaría de todo. Marga estaba feliz.
-   Ahora, llama al hospital, ¿quién sabe, María? Tú vales mucho. A lo mejor puedes encontrar allí al amor de tu vida y todo.- comentó soñadora.
Negué.
-   No sucederá, me parece que si hablamos de destino... estoy destinada a estar soltera, sin perro que me ladre ni gato que me maulle.
-   Pequeña María, - me dijo riendo y con ternura.- mírame, tengo 83 años, ya lo sabes, y tengo mucha experiencia de la vida, la suficiente como para morirme en paz en cuanto me deshaga de mi capulla sobrina.- dijo ya enojada, pero enseguida cambió su tono a uno animoso.- El destino te tiene preparada una sorpresa, estoy segura.
Y destino o no, a las pocas semanas de irse a la residencia, me llamaron del hospital Eliseo, en la capital.
Mi hermano me llevó hasta la ciudad, me ayudó a buscar un apartamento cerca del lugar de trabajo y me pagó el alquiler del mes contento de que tuviera lo que siempre había deseado, trabajar en el hospital en mi especialidad; había estudiado enfermería y auxiliar.
El apartamento era pequeño pero muy cómodo y acogedor, constaba de un dormitorio de matrimonio, un baño, cocina americana que caía sobre el comedor, y una pequeña terraza. Era un ático, con ascensor, gracias al cielo, estaba nuevo y amueblado, y justo al lado del hospital; tan sólo debía cruzar la acera para llegar a él, éste se encontraba en el centro de la ciudad, por lo que tenía casi todo a mi alcance, no podía quejarme.
Una semana después, ya conocía a algunos compañeros, mi hermano venía de vez en cuando a comprobar como estaba y me traía algo de víveres para la nevera. El saldo era generoso, pero él quería que me viniera bien para todo.
Era sábado noche, me tocaba guardia, paseaba aburrida por el pasillo comprobando que no había ningún ruido sospechoso cuando una mano se me posó en el hombro. Me di la vuelta asustada, y le miré más asustada aún, tanto que él me agarró pensando que iba a desmayarme.
-   Hola María, creí que no volvería a verte. ¿Te encuentras bien?
¿Qué si me encontraba bien? La verdad era que no, me temblaban las rodillas, el corazón me latía tan fuerte que creía que él lo estaría oyendo... y me tenía agarrada por los hombros cerquita de él... ¿Cómo iba a estar bien?
-   ¿María?.- Me llamó preocupado al ver que no le respondía.
Me fijé entonces que llevaba una bata de médico, y que su nombre y apellido se leían en unas letras bordadas en su bolsillo derecho.
-   ¿Eres médico?.- logré decir sorprendida.
Él sonrió, y yo creí volverme loca igual que en verano cuando le conocí. Era él, José, ¿cosa del destino? No, ¿por qué iba a serlo? Además, yo no creía en él.
-   Sí, y tú enfermera, o eso parece.- Me soltó.- Te sienta bien el uniforme.
-   Y a ti la bata... - dije por decir algo.- es muy blanca e inmaculada.
-   Por supuesto, uso Ariel ultra y lejía Neutrex, sin roturas.- me dijo él volviendo a sonreírme.
No podía parar de mirarle, era de pelo castaño claro, tenía la nariz más bonita que había visto, sus ojos eran de color marrón oscuro, grandes, vivos y atentos, su boca era normal, pero sus labios parecían de terciopelo... Era alto, recordé que había intentado pillarle en altura con mis zapatos nuevos en casa probando delante del espejo; estaba delgado, su padre tenía un gimnasio y su cuerpo era de infarto, al menos, lo era para mí.
-   No sabía que trabajaras aquí.- le hablé.
-   Yo tampoco sabía que tú fueses la nueva enfermera de la que tanto hablan mis pacientes, dicen que eres muy atenta y agradable.
Noté como se me subían los colores, miré a un lado para que no lo notara.
-   Vaya, pues no sabía nada, además, sólo llevo aquí una semana.
-   ¿Sólo una semana? Pues ningún médico lo diría cuando oye decir a sus pacientes tantos elogios por una enfermera. ¿Te ha tocado guardia?
-   Sí, estaba comprobando que todo iba bien.
-   Ya veo. ¿Quieres un café? Yo también tengo guardia, ¿te importa que te haga compañía?
¿Qué si me importaba? No, para nada... bueno, según se mirara, porque por un momento pensé que todo era irreal.
-   Cla... claro.- le dije con una tímida sonrisa.
-   Enseguida vuelvo, espérame aquí, iremos a la terraza.
Se volvió dándome la espalda, alejándose hacia el vestíbulo donde estaban los ascensores. Cuando le perdí de vista, respiré hondo y traté de controlar todas mis emociones, no podía dejarme llevar por ellas, tampoco era momento de decirle que lo amaba... y menos aún dejarle ver que lo amaba, sería terrible si él se diera cuenta si no sentía algo parecido por mí. Además, podía estar saliendo con otra chica. Eso me deprimió.
-   Ten, tu café, es de la máquina que han puesto nueva esta mañana, dicen que está bueno.- me dijo.
-   Gracias, - le contesté tomándolo.- ¿desde cuándo trabajas aquí?- le pregunté mientras andábamos hacia la terraza y movía el café con la cucharilla de plástico.
-   Desde que terminé la carrera, un año y medio aproximadamente. No sabía que hubieses estudiado enfermería.
-   Primero hice auxiliar en un cursillo de la CEAC mientras estudiaba el bachiller, quería tener algo de experiencia para cuando estudiara la carrera.
-   No me confundí cuando te vi entonces, - le miré sorprendida.- me dije que eras una chica brillante. Veo que no me he equivocado. ¿Y tu hermano?
Contesté a sus preguntas y yo le hice otras. Vivía en un apartamento, sólo, como yo, y no tenía novia (bien!), estaba especializado en geriatría, coincidiríamos en algunos días, eso me puso contenta, sobre todo porque él también se alegraba de verme.
Cuando llegué a casa, no pude hacer otra cosa que llamar a Javi, que cogió el teléfono respondiendo con voz soñolienta:
-   ¿Diga?
-   Javi... - éste se espabiló pensando que me había ocurrido algo.- Todo va bien.- le tranquilicé intuyendo sus pensamientos.
-   Entonces... ¿qué pasa, pequeña? Son las cinco de la madrugada.
-   Lo sé, perdóname... es que... tengo que decírtelo, no puedo esperar al día.
-   Pues suéltalo ya, va, sorpréndeme.
Reí.
-   José trabaja en el hospital conmigo, en geriatría... ¡Es genial! Oh, Javi, creí que no volvería a verle más.
-   ¿Lo ves? Te lo dije, está destinado a ti.
-   ¿Pero qué mosca te ha picado? Nunca me dijiste eso, quizás sí, algo parecido... Además, ya sabes que no creo en el destino.
-   Vamos, chiqui, sólo tienes que mirar y esperar, verás como tengo razón, está destinado a ti.
-   No me hagas ilusiones, no quiero llevarme otro chasco. Me conformo con verle y ser su amiga, no puedo decirle que lo quiero... aún no.
-   Tú misma, pero yo sí lo haría.
-   ¡Javi, ¿es qué crees que estoy loca?! Incluso puede pensar que soy una chiquilla, tiene cinco años más que yo.
-   ¿Y qué? ¿A quién le importa? ¿Es que la vieja Marga te ha vuelto quisquillosa?
-   No, claro que no.- oí risas.- No te rías, estoy muy nerviosa.
-   Me imagino, pequeña, pero no te preocupes. Y Buenas noches.
-   ¿Vas a acostarte?- le interrogué decepcionada.
-   Pues claro, ¿qué quieres que haga sino? Son las cinco de la mañana, te lo recuerdo. ¿O es que quieres que vaya al hospital y se lo diga yo por ti?- me dijo con retintín divertido.
-   ¡¿Cómo se te ocurre?! ¡No, ni lo pienses!
Javi volvió a reír.
-   Entonces, buenas noches, pequeña, cuídate, la semana que viene iré a verte. Aprovecha.- cortó.
-   ¿Qué aproveche? Pero... - miré el teléfono sonriendo.
¿Sería capaz de ser feliz siendo tan sólo su amiga? ¿O su enfermera?



El tiempo pasaba tan rápido... llegó el invierno, la ciudad estaba en una montaña y los días eran fríos; José y yo parecíamos conocernos de toda la vida, coincidíamos en gustos y proyectos, nos interesaba nuestro trabajo y nos gustaba ver a los pacientes sonreír. Mi hermano había comenzado con su trabajo y no venía tan a menudo como antes, de hecho, apenas tenía tiempo para llamarme, él trabajaba en una de las empresas de papá, de ordenadores, y por ser hijo, había sido nombrado como el nuevo director de una nueva empresa que habían abierto en Badajoz, la cual, Javi llevaba estupendamente.
En cuanto a mí, todo iba bien, me renovaron el contrato para tres años, el alquiler del piso bajó de precio en cuanto conocí a la anciana dueña de éste, pues era la hermana de Marga, me lo dejó casi a mitad de lo que debía pagarle, en fin, casualidad, pero me gustó.
Era martes, tenía libre, y como no llovía ni nada parecido, decidí salir de compras, me hacía falta un buen abrigo, pues el que tenía estaba pidiendo jubilación.
Rebusqué en todas las tiendas de alrededor, fue cuando en una, vi en el escaparate un hermoso vestido negro, parecía raso, tenía un precioso escote de pico, la espalda cruzada en mariposa, largo y con forma. Me quedé embobada mirándolo, parecía salido del cine.
-   Es bonito, ¿verdad? Seguro que a ti te queda bien.- Oí.
Me giré asombrada.
-   ¿Qué... qué haces aquí? ¿No tienes hoy trabajo?
-   No ahora, esta noche, vivo cerca de aquí, te he visto desde mi ventana.- miró el vestido.- En serio, deberías comprártelo, podrías necesitarlo, ¿quién sabe?
Suspiré mirándolo también.
-   No creo que lo necesite, de hecho, debe ser bastante caro... paso, necesito un abrigo en condiciones.
Él miró mi abrigo y sonrió.
-   Te creo, necesita un buen médico.- reí al imaginarme mi abrigo atendido por un doctor, pero pronto mi imaginación me traicionó siendo yo atendida por él... y de qué manera. Miré el escaparate.- Oye, ¿quieres que te diga un buen lugar para comprarte un abrigo?
-   ¿Sabes alguno?
-   Por supuesto, el que llevo puesto aún sobrevive a estas heladas de invierno.
-   De acuerdo.- le contesté.
Suspiré de nuevo mirando el vestido por última vez.
-   ¿Vamos?.- Me habló haciendo que reaccionara.
Asentí siguiéndole.

-   Ese te queda estupendamente.- me dijo.
Me observé en el espejo, era un abrigo de pelo corto, suave, largo y ajustado , del mismo color que los ojos de él.
-   ¿De veras?
-   Sí, cómpratelo, no es tan caro como el vestido.
Sonreí ante el comentario.
Pagué la prenda, eran las ocho de la tarde, el cielo estaba oscuro amenazando lluvia. Me encogí al salir de la tienda, soplaba un viento helado y húmedo. José me echó su abrigo por los hombros, le miré sorprendida, él sonreía.
-   No te resfríes, mi casa está por aquí, ¿vienes? Puedo acompañarte después a la tuya, me dijiste que vivías cerca del hospital.
-   No creo que sea buena idea.- él me miró extrañado.- Pienso que deberías descansar, me has dicho que entrabas a las once, puedes dormir una hora, te sentará bien.
-   Ya lo he hecho, he dormido cuatro, no una, de verdad, estoy lo suficientemente despierto como para que no me rechaces una invitación.
Me sonrojé.
-   No es que no quiera ir... pero... - le dije mirando al suelo.
-   Piensas que debería descansar.- me alzó la barbilla suavemente con su mano mirándome.- Gracias por preocuparte por mí, por favor, déjame agradecértelo.
Le observé paralizada, ¿le gustaba? ¿me quería tanto como yo a él? ¿lo sabría algún día?
No tenía nada que perder, era su amiga, ¿no?
-   Esta bien.
Sonrió victorioso.

Abrió la puerta, vivía en un tercero, detrás de mi calle, su piso era algo más amplio que el mío. Dejamos los abrigos en la percha de la entrada.
-   Pasa, ¿quieres una taza de café?
-   Eh... descafeinado, yo no tengo guardia esta noche.
-   Es una pena, me gustaría que me hicieras compañía.- Oí decirle mientras se alejaba hacia la cocina.- Puedes explorar el piso si quieres, soy muy ordenado, no encontrarás ningún calcetín ni calzoncillos esparramado.
Me sonrojé al pensar cómo serían sus calzoncillos, de qué tipo usaría y color.
Entonces se abrió la puerta del salón y apareció Vanessa, la sobrina de Marga; tenía un albornoz puesto, al verme se quedó tan pillada como yo. José salió de la cocina y al verla, se sorprendió.
-   Vanessa, ¿qué haces aquí?
Ella reaccionó mirándole.
-   Eh... bueno... verás, cariño... Tía Margarita... ¿qué hace ella aquí?- le preguntó mirándome.
-   ¿Os conocéis?- preguntó él más sorprendido.
¿Vanessa era su novia? ¿Me había mentido?
-   No importa, - dije yo.- será mejor que me vaya.- salí del salón aguantando las ganas de llorar. Cogí el abrigo poniéndomelo a toda velocidad.
-   ¡Espera, María!.- Oí que me llamaba..
-   ¡Déjala! Sólo te dará problemas, no sabes la que me ha armado con la tía.
-   Pero... ¡María!.- volvió a llamarme ignorándola.
Sin embargo, ya me había marchado.

-   Anímate, pequeña.- me decía Javi por el teléfono.- Ya vendrá otro. Además, puede que Vanessa no fuera su novia.
-   Entonces... ¿cómo entró en su piso?
-   No lo sé, en fin, olvídate ya de él y de Vanessa, no te conviene estar triste, debes sonreír a tus pacientes.- me dijo con ternura.
Sorbí mis lágrimas.
-   Me ha engañado...
-   Eso no lo sabes, tampoco le has preguntado quién era ella exactamente.- contestó suspirando.- Quizás estés equivocada, tú misma me has dicho que él parecía sorprendido por la presencia de Vanessa.
-   Sí, pero... ella le ha llamado cariño y...
-   Y has pensado lo que has pensado.- volvió a suspirar.- Te comprendo, de verdad, pero no te conduce a nada que sigas llorando y calentándote la cabeza por él.
-   Dijiste que estaba destinado a mí.
-   ¡Eh! A mí no me eches la culpa. Y ahora que lo dices, si tú no creías en el destino.
-   ¡Lo quiero!
-   Pues díselo.
-   Me odiará.
-   No, no si él te corresponde.
Sequé mis lágrimas algo más tranquila.
-   ¿Aún crees que está destinado a mí?
-   Son cosas del destino, mi pequeña María. Si es como te digo, todo saldrá bien.
-   Javi.
-   ¿Qué?
Sujeté el teléfono con fuerza.
-   Tengo miedo.
-   Lo sé, pequeña, yo también lo tengo, pero confía en ti.
-   Sí, eso haré.- le contesté y mi voz lo hizo con firmeza.

Al día siguiente, por la tarde, me informaron de que José se había ido a su pueblo a ver a un familiar enfermo y que no vendría hasta dentro de unos días.
Suspiré decepcionada, anoche no había conseguido dormirme y había preparado todo lo que iba a decirle, tenía tantas charlas imaginarias en mi cabeza que me sentía frustrada al no ver como harían su efecto.
El teléfono sonó de repente, me llamaron. Cogí el auricular.
-   ¿Sí? ¿Madre Laville? Cuánto tiempo sin oír su voz, ¿cómo está Marga?
-   ¡Ay, María! Está muy enferma, me ha pedido que te llame, quiere que vengas a verla.
-   En estos momentos estoy trabajando, iré en cuanto pueda, se lo prometo.
-   Hazlo, María, está tan huraña... creo que eres la única muchacha que ha sabido comprenderla, ven pronto, por favor.
-   Sí, lo haré.- contesté colgando y recordando que era la misma frase que había pronunciado anoche.

Pedí al día siguiente libre para ir; monté en el autobús, al menos, Marga, me haría olvidar por un tiempo a José.
Dejé las cosas en casa antes de dirigirme hacia la residencia de ancianos, la madre Laville, me abrió y condujo personalmente hacia la habitación en dónde estaba Marga.
La anciana estaba dormida, su rostro estaba muy pálido, 83 años que dejaban verse claramente ahora. Me acerqué despacio hacia su lecho. Cogí su mano, era grande, arrugada, pero suave y fuerte, y representaba a una mujer luchadora. Sonreí ante ello, recordé que quería morir a los cien años y que me había hecho prometerle que la invitaría a mi boda.
-   ¿Qué es lo que tiene?.- pregunté sin dejar de observarla.
-   Un poco de anemia, - dijo una seria voz que reconocí sobrecogida.- pero se pondrá bien.
Me incorporé mirándole.
-   Creí que... estabas visitando a un familiar... - comencé a decir.
Estábamos solos en la habitación con la enferma, la madre Laville se había ido.
-   Y lo estoy.
-   ¿Qué quiere decir que lo estás?
Él se acercó a mí.
-   Pues eso, que lo estoy, Margarita es familiar mío.
Miré a la anciana unos momentos, me pareció ver que parpadeaba, volví a mirarle a él.
-   No lo sabía.
-   Yo tampoco sabía que eras tú la que cuidaba de mi tía.
-   ¿Tu tía?
-   Sí, Vanessa es mi hermana. ¿Por qué te fuiste corriendo? Si Vanessa te cae mal, sólo tenías que habérmelo dicho, no me hubiese importado echarla, yo tampoco la trago, siempre quiso quedarse con tía Marga para heredar algo de su fortuna.- sonrió.- Me alegró mucho saber que tú la ayudaste a trasladarse lejos de la bruja de mi hermana. Yo no podía cuidar de ella debido al trabajo, pero si hubiese podido me la habría llevado.
-   Entonces... ¿Vanessa es tu hermana? Creí que era...
-   ¿Mi novia?.- me sonrojé, él sonrió cogiéndome de los hombros, hizo que le mirara.- No, ella es sólo mi hermana, pero tú... sé que eres más pequeña que yo y eso pero... no puedo evitar sentir lo que siento por ti, - observé sus ojos color marrón oscuro, brillaban fijos en los míos.- desde que te vi en la playa con tu hermano creo que me enamoré de ti, eras tan simpática, agradable, única... siempre intentando ser alegre... no sabía si yo a ti te gustaba... quise decirte antes de irme a la ciudad que... que te amaba pero...
-   No tuviste el valor suficiente.- le dije yo agachando la cabeza.
Me soltó sorprendido.
-   No, no tuve el valor suficiente, pero lo he tenido ahora; creí que no volvería a verte más, María... quizás pienses que estoy loco, pero creo que es cosa del destino que coincidiésemos en la playa, en el trabajo, aquí... – le miré tranquilizándole.- Creo que tú... que yo...
-   ¡Pero a qué esperas, muchacho! ¡Bésala de una vez!- oímos que decía una gruñona voz. Miramos a la anciana que estaba sentada en la cama y nos miraba entre divertida, emocionada y enfadada.- Si no lo haces, José, no te perdonaré nunca.
José me miró sonriente, se aproximó a mi boca con la suya y me besó. Respondí a su beso... sus labios eran de ese terciopelo que creía que eran... pero no sólo eso... rebosaban de amor y podía sentirlo y palparlo.
Cuando abrí los ojos, él me tenía cogida de la cintura con sus brazos y me observaba feliz.
-   Por fin, - oímos de nuevo, me sonrojé al pensar lo que habíamos hechos delante de ella.- creí que nunca te vería casado José, ni a ti tampoco María... Creo que estaré curara para la boda, así que ir poniendo fecha, no viviré hasta los cien años, y me tenéis que invitar.
José me soltó.
-   Tía Marga, ¿cómo se te ocurre? No habrá sido un plan tuyo, ¿verdad?
-   Bueno... la estúpida capulla de tu hermana me confirmó mis sospechas de que tú eras el José del que ella estaba enamorada en verano.- José me observó sorprendido.- Creí que no haríais mala pareja. Y no me he equivocado.
-   ¡Marga!.- la llamé sonrojada al notar la mirada de José.
-   Así que también te gustaba.
-   Yo tampoco tuve valor para...
-   ¿Decírmelo?
-   Sí.
-   Sí.- repitió y sonrió.- Quizás sea pronto, pero, ¿cuándo quieres que pongamos la boda? A propósito, debemos ir a por ese vestido negro que te quedaría tan bien, y no me rechistes, es mi capricho que sea tuyo. Aunque, tendrás que usar para lavarlo el nuevo Kalia negro, es un buen detergente para ello.
Reí.
-   ¿Vais a poner la fecha ya? Estoy cansándome de tanto culebrón. - Exclamó Marga contenta.
Le besé suave mirándole, él sonrió, supe entonces que siempre sería feliz.







FIN