Por mi
mente vaga deleitándose aquella imagen, tan sexy, tan provocadora… tan
inalcanzable, porque no puedes creerme, lo sé, simplemente, lo sé porque
conozco tu manera de pensar.
Todos
dicen que eres una mujer sencilla, sin ningún encanto; quizás en clase pareces
aburrida y severa tras esas gafas de grueso cristal y pasta marrón anchas, que
no te pegan nada; pero yo te conozco, sé cuál es tu lado oculto, y el mero
hecho de saberlo, me hace desearte hasta el infinito, como siempre ha sucedido.
Ni qué
decir de aquellas curvas… ¿que ellos te ven rellenita…? a mí qué me importa,
eres bella, no debes escuchar a los ignorantes, no tienen idea de lo que es
amar sin importar nada que no sea el propio sentimiento creado puro.
Es tan
poderoso todo esto, y a la vez… tan difícil.
Suspiro
cansado, sé que estás a punto de salir. Me apoyo en la ventana, mirando la hora
del reloj de la pared, observo la puerta principal que se ve desde aquí arriba,
en la segunda planta del instituto, desde el aula de delegados.
Yo que
pensaba que consiguiendo este puesto estaría más cerca de ti, que te haría
recordar, que lograría convencerte de quién soy. ¿Por qué tiene que ser tan
complicado? Cierro los ojos en un intento de borrar mi memoria, de toda esa
vida pasada, es inútil… te amo tanto.
En mi
exterior sólo soy un chico de doce años, sin embargo, en mi interior vaga un
espíritu que despertó al verte, y que no es otro que yo mismo. ¿Cuándo te darás
cuenta? Sé que nos llevamos nueve de diferencia, que ahora eres una profesora
sustituta novata, recién licenciada, haciéndote un hueco en este misterioso e
imperfecto mundo.
Reí
irónico, una risa adulta para mi edad comprensiva, pero no para la que en
realidad debía tener. ¿Qué habrás hecho con aquella carta que escondí en tu
carpeta esta mañana?
Vuelvo a mirar el reloj; no se ha movido del sitio, pero lo noto cansado y ansioso, igual que yo por no verte. Es extraño, porque ya es el momento en el que habitualmente sales.
Mis pensamientos
se encaminan a posibles sucesos: Una guardia, papeleo, una cita con algún
padre, con algún profesor… me enrabio con esto último. Mientras no fuera un
accidente, tenía que estar tranquilo.
El
cristal es tan frágil como lo es el corazón; apoyado en él, memoro una vez más
tus palabras de aquel día, de esa promesa que nos hicimos, que yo te hice y
prometiste cumplir, sin saber que podía suceder… un juego que inventamos, en el
que ganaría aquél que pudiese volver… volver… ¿Y de qué ha servido?
Doy un puñetazo
a la ventana, maldiciendo para mis adentros, notando como la tristeza comienza
a invadirme por anhelar lo imposible.
Y no, aún no has salido.
Mi
rostro reflejado en el vidrio, me devuelve la mirada de un chico rubio y alto
para la edad constituida, de ojos azules de príncipe de cuentos, delgado y
fuerte, todo el sueño de una chica adolescente; todo lo opuesto a lo que fui,
un ángel negro que te atrapaba con una mirada verde, que encandilaba hasta
derretirte bajo sus brazos, que te atesoraba en todo momento, que te quería
hasta morir y detrás de esa muerte.
Recuerdo claramente el accidente; ese alud que me pilló desprevenido mientras me divertía con los chicos en la despedida de solteros… y tú allá, en la playa con tus amigas, esperando al sábado para vernos y darnos el “sí quiero…” que no nunca pudimos decir.
Estoy
seguro de que esa llamada fue cortante, que te dejó sin aliento, que lloraste
muchos días y noches, que visitaste mi tumba y cambiaste las flores sin
sentido, porque yo no estaba en ese cuerpo putrefacto, estaba naciendo en este
chico de ahora.
La puerta se abre, me giro extrañado, por lo general, no queda ningún alumno en el instituto, suelo ser el último en irme, tras de ti.
- ¿Eres…
tú?- sonó en tu boca temblosamente asustada.
Mi
expresión de asombro fue tan inesperada, ¿habías creído en esa carta? Porque la
habías leído, tú lees todo lo que tenga mi nombre.
Asiento
reaccionando, regresando a mi seriedad habitual, la única que podrías
distinguir si de verdad habías llegado a la conclusión acertada.
Te
acercas despacio, inquieta, parando frente a mí; tocas mi rostro con tus suaves
y cuidadas manos de artista, dibujando con ellas y grabando en tus ojos.
- Eres…
tan diferente… tu aspecto…
- Lo
sé.- le respondo.- Pero soy el mismo que aún te desea, te ama, te anhela y te
diría el “sí quiero” en la ceremonia de la playa que preparamos con tanta ganas
e ilusiones.- su mirada comenzó a brillar, estallando en delicadas lágrimas.
Tomé sus manos entre las mías.- Soy el mismo de hace nueve años… por dentro. El
mismo hombre que te prometió en un juego que volvería para estar juntos,
siempre juntos, petit chèrie.- Se dejó caer en mi hombro inesperadamente, sin
parar su llanto que se había vuelto intenso.- ¿Qué debo hacer para que me
creas?- dije acariciando su cabello descuidado y corto, meciéndolo entre mis
dedos, como hacía por costumbre cuando la consolaba.
Se
retiró para mirarme.
- Me lo
has demostrado, sólo tú conoces la manera de calmarme,- sonríes entre las
lágrimas, quito tu montura para ver tus preciosos ojos color avellana, y
sostener esas perlas que caían.- ¿quién más iba a saber de esa promesa?- dices
tomando mi boca.
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