Hace
calor… me levanto de la toalla aproximándome a la ducha, pulsando el botón para
que las gotas frías me refresquen y luego me hagan sentir, que el agua de la
piscina está caliente. Noto tus ojos escrutándome en mi espalda, pues yo sé
desde dónde vigilas, y en qué lado te pones cuando vengo. Y ahora, estás ahí,
mirándome, rodeado de esas tres adolescentes atrevidas preguntándote cosas absurdas
a las que nunca contestas seriamente.
Ignoro
toda sensación de tus miradas, busco las escaleras bajándolas con cuidado, el
agua está deliciosa, una tentación que no se debe desperdiciar. Comienzo a
nadar, soy buena nadadora, estuve en competición cuando era más joven y
rebelde, cuando no tenía una vida de la qué preocuparme que no fuera el salir y
estudiar, trabajar y estudiar y salir… Río internamente ante mi propia
elocuencia. El pasado me ha enseñado cosas aunque fuera despreocupada, sobre
todo en el amor y en la amistad; conforme he crecido, he aprendido cosas de la
vida, aquellas en las que tus padres siempre están dándote la lata diciendo esa
típica frase “cuando seas mayor, entenderás…” Vaya si es cierto, al menos, en
algunas cosas que he vivido.
Hago un
largo suave nadando a crol sin parar, acostumbrada a nadar, mi cuerpo se mece
como pez en el agua; seguramente en mi vida anterior, fui una sirena o algún
animal acuático… porque el simple hecho de flotar en líquido, me encantaba.
No hay
mucha gente, el cielo hoy está algo nublado, quizás por eso el calor es tan
insoportable, pero es el día perfecto para disfrutar a mis anchas de mi hobby.
Oigo el
pitido anunciando que es la hora del cierre. Suspiro en el bordillo, te veo
recogiendo algunas sillas y butacas esparcidas del recinto, hablar con tu
compañero y sonreír levemente. Decido zambullirme de nuevo, volver a hacer el
largo al sentido contrario para aproximarme más a mi toalla.
Así lo
hago. No tardo mucho en llegar. Salgo del agua decepcionada por abandonarla,
aunque satisfecha de haberme quitado el calor.
Camino
hacia mi esterillo y tomo mi toalla para secarme, he traído todo lo necesario
para ducharme y salir de aquí arreglada.
Sé que
te has parado al verme salir, y que tus ojos me siguen en silencio.
Por mi
lado pasan esas chicas que han estado casi toda la tarde contigo, apabulladas
por llamar tu atención. Las oigo reír y cuchichear algo acerca de lo bueno que
estás, lo alto y guapo que eres… chiquillas, que solo se preocupan de su aspecto.
Yo también fui así alguna vez.
Capturo
mis chanclas y recojo todo yéndome hacia los vestuarios. Tan sólo hay una madre
con su hija, peinando su cabello. La saludo educadamente mientras dejo sobre un
banco mis cosas, sacando el gel y me adentro en una de la duchas.
Una vez
más, me deleito en la sensación del caer del agua sobre mí. Pero no tengo
tiempo para eso, están a punto de cerrar.
Me
enjabono y enjuago con rapidez, salgo aprisa envolviéndome en la toalla,
frotando mi cuerpo. Comienzo a cambiarme tapada con la prenda, el biquini de
flores rojas y azules por la ropa interior.
No hay
nada que no me guste, después de nadar, que la ropa interior. Esta vez la he
elegido de encaje y seda, de color blanco, con un pequeño candado en el trasero
del hilo del tanga, y otro en el medio de mis pequeños senos. Sí, era mi
capricho, no me importaba gastarme dinero en un conjunto de lencería en el que
me veía hermosa.
Termino
de vestirme, me coloco los zapatos de tacón a juego de mi mono corto, negro,
satinado y abotonado todo por delante, de palabra de honor que deja mis bien
formados brazos sin grasas por el ejercicio, al aire libre. Cepillo mi largo
pelo negro con facilidad y lo amaño en una coleta alta, me miro en el espejo
más de cerca y pinto mis labios de color rojo. Mis ojos grises me devuelven la
mirada coquetamente, estoy perfecta.
Salgo
taconeando sonoramente, ya no queda nadie, excepto tú, en la puerta de salida.
Nos miramos altivos unos segundos, para volver a ignorar tu mirada y salir de
allí. Tú también estás vestido, con esa camiseta roja que reza “socorrista”,
marcando tu dorado torso y señalados abdominales, con tus pantalones ahora
vaqueros, que alargan más tus esbeltas y musculosas piernas.
Me tomas
de la mano.
- Hoy no
vas a escaparte de mí.- me dices travieso.- ¿Sabes cuánto me has hecho sufrir
esta tarde, Loida? – Le sonreí provocándole.- ¡Maldición! Vas a hacer que te
bese aquí mismo y me coma esa cereza de boca.
Tomo tu
rostro con mi mano libre, me acerqué a tu oído para susurrarte.
-
Llévame contigo, Damián.- te digo.
Te
siento tragar saliva conforme me retiro para verte.
Tu voz
ha enmudecido, me sueltas brevemente para coger tu macuto y engancharlo a tu
espalda. Me empujas contigo hacia fuera, cerrando la puerta. Me llevas cogida
de la mano hasta la casa de enfrente; esa casa que sólo alquilan para verano a
los trabajadores de la piscina.
Abres
rápido, me adentras contigo cerrando la puerta. Me deshago de tu mano y camino
observando el apartamento, me sigues con la vista soltando tu carga, vigilándome
igual que en tu trabajo. Subo las cortas escaleras, segura de que tu dormitorio
está allí.
Un
balcón está abierto de par en par, la brisa de verano penetra por ella
agradablemente.
- ¿Es de
tu gusto?- te oigo decir.
Me giro
para verte, me quito los zapatos soltándolos en el rellano de la baranda, sin
orden ni sentido.
- ¿Sabes
cuánto he esperado este momento? – te pregunto.
- ¿Y tú
sabes cuánto lo he ansiado?- me contestas.
Te acercas
despacio, devorándome con tus ojos chocolateados, tomando mi cara con ambas
manos, acariciando mis pómulos, dibujando con la yema de tus dedos cada línea
de ella, hasta llegar a mis labios que pronto sellas con los tuyos.
Me
entrego a tu beso, perdida en la noción del tiempo, embriagada por las caricias
que comienzan a corretear por mi cuerpo, aun sobre mi ropa. Te alejo sin ganas,
tirando suavemente de tu corto cabello rubio.
- ¿Vas a
salvarme? Me siento ahogada… entre un mar de deseo… - le dije provocativa.
Ríes
estrepitoso, con un maravilloso y alegre timbre.
- Mi
trabajo es salvar vidas, querida.- me tumbas sobre la cama quitándote la
camiseta, desabrochando mi mono.- ¿Sigo con el boca a boca?- dices juguetón sin
esperar respuesta.
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