Dulce desconocido
La mañana se había levantado tormentosa. Ariadna se
desperezó en la cama, sin ganas de salir de las cálidas ropas; la alarma de su
móvil, que la había pospuesto, volvió a sonar, acababan de pasar diez minutos,
no podía perder más tiempo.
Alcanzó la bata que estaba a los pies y se la colocó
antes de retirar el edredón de plumas. Calzó sus zapatillas y se metió en el
baño poniendo rápida el calefactor. Se miró en el espejo de encima del lavabo,
su rostro le devolvió una mirada de ojos verdes algo curvos, labios de fresa
listos para besar a cualquier hora, en cualquier momento… todo, en una cabeza
ovalada, adornada con una melena corta de rizos negros que parecían haberse
encrespado por un cortocircuito.
Suspiró profundamente. No le apetecía ir al trabajo,
pero debía ir, se había independizado para alejarse de los cotilleos de su
madre, que estaba más volcada en su vida que la en la suya propia desde que se
divorció de su padre. Además, ya tenía veinticuatro años, quería su intimidad a
resguardo, sin tener que esconderse de su atolondrada mamá.
Se lavó, peinó rápido, maquillándose ligeramente.
Tomó la ropa colocada en una silla para el día que le esperaba, una moderna
camiseta roja de tirantes y encima un jersey de lana blanco con un enorme
cuello, largo para un cinturón, y unos leggins. Se colocó sus botas y bajó
corriendo a la cocina.
Puso la tostadora con dos rebanadas de pan bimbo,
apretó el botón del hervidor de agua para hacerse con su té favorito. Pulsó el
botón del televisor poniendo las noticias de la mañana, el tiempo que haría,
esperaba que lloviera aún más, así tendría una mañana tranquila en la tienda.
Acabó con todo, tomó su bolso, paraguas y abrigo,
apresurándose para coger el autobús que estaba en la esquina de la calle.
Ya dentro del vehículo, suspiró aliviada de llegar a
tiempo, no es que odiase su trabajo, sino a su nueva encargada, una compañera a
la que habían ascendido y subido el orgullo, tratando a todo el personal como
si fueran sirvientes.
- Sólo voy a trabajar, a echar mis cuatro horas y
punto.- se dijo en voz baja para darse ánimos.
Si el jefe auténtico, el que llevaba aquello, viera
lo estropicios que la nueva encargada hacía, como quitar las clientas a sus
compañeras, poner en ridículo al personal delante del público, o fugarse horas
y horas quién sabe dónde, tras luego decir que faltaba dinero en caja.
El autobús paró para recoger más personas, y
continuó su trayecto. Ella debía parar en la avenida principal, tardaría
diecisiete minutos exactos. Sacó su teléfono, buscando aquel jueguecito de
explotar bolas llamado buble, dispuesta a pasar el rato.
- Ese juego parece interesante, ¿venía con el móvil
o te lo descargaste?
Levantó la vista algo asustada al no esperase que le
hablaran.
- Eh… me lo descargué en casa, allí tengo wifi.-
contestó, maldiciéndose después del porqué lo había hecho y a un extraño
además.
El hombre sonrió mientras ella le miraba
desconfiada.
- Veo que sus atuendos son de la impresionante
tienda de “Stupor”.
- Sí, lo es.- suspiró nuevamente.- Es bastante
famosa, supongo que todo el mundo la conoce.
- ¿Tú crees? ¿Va mucha gente a comprar?
Se encogió de hombros.
- Supongo que podrían ir más si quién yo me sé, no
lo estropeara con sus apariciones.- dijo más para ella que para que le oyera el
chico.
- ¿Cómo dices?- le interrogó levantando las cejas.
Ariadna sonrió a su dulce desconocido; estaba tan
quemada de Lucía, la encargada, que ya hablaba de más con cualquiera.
- Nada, perdone, son cosas mías.- le habló calmada.
Fue cuando lo observó enteramente, descubriendo un
rostro esculpido, de labios medios, nariz aguileña y ojos grises oscuros. Su cabello
peinado, de pelo castaño, era una melena por encima del hombro, echado hacia
atrás. Su porte era atlético y refinado, olía a recién afeitado. Vestía unos
sencillos vaqueros oscuros y un jersey marrón desierto, que se escondía bajo su
chaqueta. Ariadna bajó su vista a los zapatos disimulada, calzaba unas
deportivas adidas blancas.
Sonrió. Era un chico normal y corriente, o eso
parecía. Le agradaba ese tipo.
- Ah… vale.- le devolvió la sonrisa, en una boca
perfecta.- ¿Vas a algún sitio?
- Sí, voy al trabajo.- le respondió.- Perdona, aún
no me has dicho tu nombre.- le habló.
- ¿No?- y se manoseó la barbilla en gesto
despistado.- ¡Caray, que falta de educación por mi parte!- Ariadna rió.- Soy
Andrés, encantado…
- Ariadna.- le contestó ella.
Estrecharon la mano riendo.
- Y dime, ¿es adictivo ese juego?
- Me entretiene hasta llegar a mi parada.- le
contestó.- Y tú, ¿a dónde vas?
- Voy de compras.- le dijo divertido y rió al ver la
expresión de sorpresa en ella.- ¿Acaso un chico no puede ir de compras?
- Bueno, no es que conozca a muchos que lo hagan… -
se defendió.
- Jajaja… ya veo.- La observó un rato en silencio,
los rizos de Ariadna se movían a cada movimiento de su cabeza o respiración, y
eso le daba un toque atrayente, por no decir de que sus labios lo tenían loco
desde que se abrieron para contestarle.- ¿En dónde trabajas? ¿En una oficina,
tienda…?
- Reconociste la ropa.- le respondió ella.
Andrés hizo una “oh” con su boca, sin llegar a
pronunciarla, sus cejas se arquearon momentáneamente.
- Eso sí que no lo esperaba.- habló.
Ariadna lo miró extrañada. El autobús avisó su
parada, ¿ya habían pasado los diecisiete minutos? Se le antojó que había sido
uno.
- Es mi parada.- le dijo.
- Bajaré contigo, me gustaría ver tu tienda. Tiene
muy buena fama.
Ariadna suspiró.
- Espero que no te topes con la encargada.
- ¿Y eso?
- Lo siento, no me gusta hablar mal de mis compañeras.-
le respondió con una forzada sonrisa al pensar en Lucia.
El semblante del muchacho, sonrió sereno. De verdad
que le gustaba aquella chica.
- Oye, ¿qué te parece ir a desayunar en tu descanso,
juntos?
- No sé si podré.- contestó sincera, últimamente la
encargada la había tomado con ella.- Pero podemos tomar un café a la tarde,
antes de entrar en mi siguiente turno.- le propuso, Ariadna le dedicó su mejor
sonrisa para convencerle.
A ella también le había gustado aquel encuentro, no
iba a perder la oportunidad de otro en un lugar más relajado. Aunque tenerlo en
la tienda merodeando, sería un placer.
- Me parece bien.- le contestó.- ¿Nos intercambiamos
los teléfonos?
- Claro.- le dijo ella entusiasmada.- Dime.
Tomaron ambos los números, el autobús paró, y ellos
bajaron riendo. Cruzaron la avenida andando un poco, siguieron hablando hasta
entrar en el comercial de ropa donde Ariadna trabajaba.
- Si necesitas ayuda, búscame, ¿de acuerdo?
- Puedes estar seguro, de que lo haré.- le dijo
guiñándole un ojo.
Entraron, primero Ariadna, y tras ella, lo hizo
Andrés.
Lucia fue flechada hasta la muchacha ignorando al
sorprendido chico cuando la vio aparecer de repente.
- ¿Por qué no has llegado antes? Rosa se ha puesto
enferma, y me ha tocado a mí, ¡a mí! Limpiar la puerta. Por supuesto, no he
tocado los servicios. Ya sabes que se gastaron los guantes la semana pasada, y
aún no ha entrado dinero para comprar nuevos.
- Lo siento, Lucia.- le dijo la muchacha
reaccionando, y vislumbró el reloj de una de las paredes. La miró impotente-
Pero si llego quince minutos antes, ¿a qué viene esta regañina?
- Soy la encargada, ¿recuerdas? Yo mando.- le dijo
con una perversa sonrisa.
Fue cuando descubrió a Andrés detrás de la empleada.
- Oh, disculpe, señor. ¿Se ha perdido?- le dijo
cambiando el tono de su voz a uno dulzón, enderezándose y sacando pecho, mientras
hacía a Ariadna a un lado. La miró un momento.- Ponte a limpiar ya.- le dijo, y
volvió a Andrés.- ¿Puedo ayudarle? ¿Busca algo en especial?
- Había oído rumores…- dijo Andrés aún con los ojos
agrandados por el pequeño espectáculo.- pero se quedan cortos.
- ¿Perdone?- le preguntó Lucia sin soltar su falso
encanto.
- Creo que Ariadna se merece un descansito ahora, me
apetece que venga conmigo a desayunar algo. Mi estómago ruge.- habló buscándola
con la vista, ignorando a la furiosa encargada.
- Lo siento, señor, pero mi empleada no está
disponible. Aunque yo sí.- añadió volviendo a su increíble actuación.
Andrés andó hacia Ariadna, que llevaba una fregona y
un cubo dirigiéndose a los servicios del fondo de la impresionante tienda
mixta.
- ¡¡Señor!! ¡¡No puede entrar ahí!!
Andrés hizo caso omiso, siguiendo a la chica de
rizos negros. Le quitó el fregón de las manos.
- ¿Vienes, querida?- le preguntó mirándola
fijamente.
La
luz se reflejaba en sus ojos verdes, y Andrés se
quedó hipnotizado por momentos mientras una Ariadna sorprendida no sabía qué
contestar.
- ¡¡Señor, deje a mi empleada ahora mismo y váyase
al cuerno!!- gritó Lucía tras ellos.
Andrés se volvió hacia la encargada.
- Señorita, Lucía Muñoz Estronla, está despedida.-
le dijo sacando de su bolsillo la cartera y mostrándole algo. Se volvió hacia
Ariadna.- ¿Vienes, nueva encargada?
- ¡¿Qué… cómo?!- logró balbucear.
Lucia estaba clavada en el sitio, sin poder moverse.
Andrés tiró de Ariadna.
- Te dije mi nombre, ¿verdad? ¿Acaso no reconoces a
tu jefe?- le dijo con una sonrisa llevándosela afuera.