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viernes, 28 de septiembre de 2012

Dulce desconocido

Hola, hacía tiempo que no subía nada, aquí os dejo un nuevo relato, echo por una frase propuesta en un juego para inspirar. La frase es "La luz se reflejaba en sus ojos". Propuesta por Kio Somara, una gran escritora. Espero que les guste.


Dulce desconocido
La mañana se había levantado tormentosa. Ariadna se desperezó en la cama, sin ganas de salir de las cálidas ropas; la alarma de su móvil, que la había pospuesto, volvió a sonar, acababan de pasar diez minutos, no podía perder más tiempo.
Alcanzó la bata que estaba a los pies y se la colocó antes de retirar el edredón de plumas. Calzó sus zapatillas y se metió en el baño poniendo rápida el calefactor. Se miró en el espejo de encima del lavabo, su rostro le devolvió una mirada de ojos verdes algo curvos, labios de fresa listos para besar a cualquier hora, en cualquier momento… todo, en una cabeza ovalada, adornada con una melena corta de rizos negros que parecían haberse encrespado por un cortocircuito.
Suspiró profundamente. No le apetecía ir al trabajo, pero debía ir, se había independizado para alejarse de los cotilleos de su madre, que estaba más volcada en su vida que la en la suya propia desde que se divorció de su padre. Además, ya tenía veinticuatro años, quería su intimidad a resguardo, sin tener que esconderse de su atolondrada mamá.
Se lavó, peinó rápido, maquillándose ligeramente. Tomó la ropa colocada en una silla para el día que le esperaba, una moderna camiseta roja de tirantes y encima un jersey de lana blanco con un enorme cuello, largo para un cinturón, y unos leggins. Se colocó sus botas y bajó corriendo a la cocina.
Puso la tostadora con dos rebanadas de pan bimbo, apretó el botón del hervidor de agua para hacerse con su té favorito. Pulsó el botón del televisor poniendo las noticias de la mañana, el tiempo que haría, esperaba que lloviera aún más, así tendría una mañana tranquila en la tienda.
Acabó con todo, tomó su bolso, paraguas y abrigo, apresurándose para coger el autobús que estaba en la esquina de la calle.
Ya dentro del vehículo, suspiró aliviada de llegar a tiempo, no es que odiase su trabajo, sino a su nueva encargada, una compañera a la que habían ascendido y subido el orgullo, tratando a todo el personal como si fueran sirvientes.
- Sólo voy a trabajar, a echar mis cuatro horas y punto.- se dijo en voz baja para darse ánimos.
Si el jefe auténtico, el que llevaba aquello, viera lo estropicios que la nueva encargada hacía, como quitar las clientas a sus compañeras, poner en ridículo al personal delante del público, o fugarse horas y horas quién sabe dónde, tras luego decir que faltaba dinero en caja.
El autobús paró para recoger más personas, y continuó su trayecto. Ella debía parar en la avenida principal, tardaría diecisiete minutos exactos. Sacó su teléfono, buscando aquel jueguecito de explotar bolas llamado buble, dispuesta a pasar el rato.
- Ese juego parece interesante, ¿venía con el móvil o te lo descargaste?
Levantó la vista algo asustada al no esperase que le hablaran.
- Eh… me lo descargué en casa, allí tengo wifi.- contestó, maldiciéndose después del porqué lo había hecho y a un extraño además.
El hombre sonrió mientras ella le miraba desconfiada.
- Veo que sus atuendos son de la impresionante tienda de “Stupor”.
- Sí, lo es.- suspiró nuevamente.- Es bastante famosa, supongo que todo el mundo la conoce.
- ¿Tú crees? ¿Va mucha gente a comprar?
Se encogió de hombros.
- Supongo que podrían ir más si quién yo me sé, no lo estropeara con sus apariciones.- dijo más para ella que para que le oyera el chico.
- ¿Cómo dices?- le interrogó levantando las cejas.
Ariadna sonrió a su dulce desconocido; estaba tan quemada de Lucía, la encargada, que ya hablaba de más con cualquiera.
- Nada, perdone, son cosas mías.- le habló calmada.
Fue cuando lo observó enteramente, descubriendo un rostro esculpido, de labios medios, nariz aguileña y ojos grises oscuros. Su cabello peinado, de pelo castaño, era una melena por encima del hombro, echado hacia atrás. Su porte era atlético y refinado, olía a recién afeitado. Vestía unos sencillos vaqueros oscuros y un jersey marrón desierto, que se escondía bajo su chaqueta. Ariadna bajó su vista a los zapatos disimulada, calzaba unas deportivas adidas blancas.
Sonrió. Era un chico normal y corriente, o eso parecía. Le agradaba ese tipo.
- Ah… vale.- le devolvió la sonrisa, en una boca perfecta.- ¿Vas a algún sitio?
- Sí, voy al trabajo.- le respondió.- Perdona, aún no me has dicho tu nombre.- le habló.
- ¿No?- y se manoseó la barbilla en gesto despistado.- ¡Caray, que falta de educación por mi parte!- Ariadna rió.- Soy Andrés, encantado…
- Ariadna.- le contestó ella.
Estrecharon la mano riendo.
- Y dime, ¿es adictivo ese juego?
- Me entretiene hasta llegar a mi parada.- le contestó.- Y tú, ¿a dónde vas?
- Voy de compras.- le dijo divertido y rió al ver la expresión de sorpresa en ella.- ¿Acaso un chico no puede ir de compras?
- Bueno, no es que conozca a muchos que lo hagan… - se defendió.
- Jajaja… ya veo.- La observó un rato en silencio, los rizos de Ariadna se movían a cada movimiento de su cabeza o respiración, y eso le daba un toque atrayente, por no decir de que sus labios lo tenían loco desde que se abrieron para contestarle.- ¿En dónde trabajas? ¿En una oficina, tienda…?
- Reconociste la ropa.- le respondió ella.
Andrés hizo una “oh” con su boca, sin llegar a pronunciarla, sus cejas se arquearon momentáneamente.
- Eso sí que no lo esperaba.- habló.
Ariadna lo miró extrañada. El autobús avisó su parada, ¿ya habían pasado los diecisiete minutos? Se le antojó que había sido uno.
- Es mi parada.- le dijo.
- Bajaré contigo, me gustaría ver tu tienda. Tiene muy buena fama.
Ariadna suspiró.
- Espero que no te topes con la encargada.
- ¿Y eso?
- Lo siento, no me gusta hablar mal de mis compañeras.- le respondió con una forzada sonrisa al pensar en Lucia.
El semblante del muchacho, sonrió sereno. De verdad que le gustaba aquella chica.
- Oye, ¿qué te parece ir a desayunar en tu descanso, juntos?
- No sé si podré.- contestó sincera, últimamente la encargada la había tomado con ella.- Pero podemos tomar un café a la tarde, antes de entrar en mi siguiente turno.- le propuso, Ariadna le dedicó su mejor sonrisa para convencerle.
A ella también le había gustado aquel encuentro, no iba a perder la oportunidad de otro en un lugar más relajado. Aunque tenerlo en la tienda merodeando, sería un placer.
- Me parece bien.- le contestó.- ¿Nos intercambiamos los teléfonos?
- Claro.- le dijo ella entusiasmada.- Dime.
Tomaron ambos los números, el autobús paró, y ellos bajaron riendo. Cruzaron la avenida andando un poco, siguieron hablando hasta entrar en el comercial de ropa donde Ariadna trabajaba.
- Si necesitas ayuda, búscame, ¿de acuerdo?
- Puedes estar seguro, de que lo haré.- le dijo guiñándole un ojo.
Entraron, primero Ariadna, y tras ella, lo hizo Andrés.
Lucia fue flechada hasta la muchacha ignorando al sorprendido chico cuando la vio aparecer de repente.
- ¿Por qué no has llegado antes? Rosa se ha puesto enferma, y me ha tocado a mí, ¡a mí! Limpiar la puerta. Por supuesto, no he tocado los servicios. Ya sabes que se gastaron los guantes la semana pasada, y aún no ha entrado dinero para comprar nuevos.
- Lo siento, Lucia.- le dijo la muchacha reaccionando, y vislumbró el reloj de una de las paredes. La miró impotente- Pero si llego quince minutos antes, ¿a qué viene esta regañina?
- Soy la encargada, ¿recuerdas? Yo mando.- le dijo con una perversa sonrisa.
Fue cuando descubrió a Andrés detrás de la empleada.
- Oh, disculpe, señor. ¿Se ha perdido?- le dijo cambiando el tono de su voz a uno dulzón, enderezándose y sacando pecho, mientras hacía a Ariadna a un lado. La miró un momento.- Ponte a limpiar ya.- le dijo, y volvió a Andrés.- ¿Puedo ayudarle? ¿Busca algo en especial?
- Había oído rumores…- dijo Andrés aún con los ojos agrandados por el pequeño espectáculo.- pero se quedan cortos.
- ¿Perdone?- le preguntó Lucia sin soltar su falso encanto.
- Creo que Ariadna se merece un descansito ahora, me apetece que venga conmigo a desayunar algo. Mi estómago ruge.- habló buscándola con la vista, ignorando a la furiosa encargada.
- Lo siento, señor, pero mi empleada no está disponible. Aunque yo sí.- añadió volviendo a su increíble actuación.
Andrés andó hacia Ariadna, que llevaba una fregona y un cubo dirigiéndose a los servicios del fondo de la impresionante tienda mixta.
- ¡¡Señor!! ¡¡No puede entrar ahí!!
Andrés hizo caso omiso, siguiendo a la chica de rizos negros. Le quitó el fregón de las manos.
- ¿Vienes, querida?- le preguntó mirándola fijamente.
La luz se reflejaba en sus ojos verdes, y Andrés se quedó hipnotizado por momentos mientras una Ariadna sorprendida no sabía qué contestar.
- ¡¡Señor, deje a mi empleada ahora mismo y váyase al cuerno!!- gritó Lucía tras ellos.
Andrés se volvió hacia la encargada.
- Señorita, Lucía Muñoz Estronla, está despedida.- le dijo sacando de su bolsillo la cartera y mostrándole algo. Se volvió hacia Ariadna.- ¿Vienes, nueva encargada?
- ¡¿Qué… cómo?!- logró balbucear.
Lucia estaba clavada en el sitio, sin poder moverse.
Andrés tiró de Ariadna.
- Te dije mi nombre, ¿verdad? ¿Acaso no reconoces a tu jefe?- le dijo con una sonrisa llevándosela afuera.



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