Era demasiado tarde, lo era,
sí, porque él ya se había ido y yo, tonta de mí, no tuve el valor suficiente
para decirle que lo amaba. Es increíble que una simple palabra sea tan difícil
de pronunciar cuando él estaba delante.
Debía olvidarme de él, nunca
más le vería, el verano acababa y volvería a mi rutina diaria, a cuidar a Marga
y, con un poco de suerte, podría trabajar en el hospital de la capital.
Regresé a casa. Javi, mi hermano, estaba
terminando de recoger sus cosas.
-
¿Se lo has
dicho? Chiqui.- Me preguntó al verme.
Le miré a punto de sollozar,
negué. Él se acercó.
-
No te
preocupes, seguro que si es para ti volverás a verlo, mi pequeña María.- me
dijo cariñosamente abrazándome.
Respondí a su abrazo con otro,
me sentía tan deprimida que era reconfortante. La verdad es que adoraba a mi
hermano, siempre me había cuidado desde pequeña, mis padres trabajaban fuera y
él se encargaba de todo lo que necesitaba.
-
No creo que
eso ocurra.- le dije entre sollozos.- No creo en el destino... él ya no volverá
a verme, se olvidará de mí y encontrará a otra que le diga que le quiere...
-
Tranquila,
chiqui, no digas eso, nunca se sabe. Además, no sabías si te quería o no.
-
Por eso se
olvidará pronto de mí... - le contesté abrazándole fuerte sin poder contener mi
llanto.- ¿Tan fea soy?
Javi rió.
-
No, eres la
hermanita más guapa de toda España.
-
Eso lo dices
porque soy tu hermana.- le hablé mirándole, logrando contener mi llanto.
-
Lo digo en
serio, y el que no te quiera, no sabe lo que se pierde. Tú eres tú, María, no
cambies nunca, al que no le gustes que se busque otra. Aunque... el chico te
aceptaba... - comentó pensativo.
-
Ya vale,
quiero olvidar esto, no lo soporto.
-
Lo siento,
pequeña.- me dijo con una sonrisa tranquilizadora.
Le devolví la sonrisa.
Pasadas unas semanas, ya en el
pueblo, había comenzado con mi rutinaria vida.
Marga estaba tan insoportable
y quisquillosa como siempre con su sobrina. Cuando llegué, le sonreí
abiertamente.
-
Buenos días,
Marga.- le dije.- ¿Cómo ha pasado el verano?
-
¿Cómo crees
que lo he pasado, María? Esta sobrina mía no sabe hacer nada más que quejarse
de mis manías, ya sabes, María, que mis manías son algo que no van a
desaparecer hasta que me muera, pero esa estúpida no lo entiende.- me dijo, su
voz era en un tono medio enfadado medio en reproche, y hablaba con mucha
vitalidad.
Sonreí a la anciana.
-
Venga Marga,
no será para tanto.
-
¡Oh, sí que
lo es! Tengo 83 años, jovencita, y tú tienes más educación que esa niña. Se
creerá que le voy a dejar mi herencia, la muy capulla.- insultó bajando la
voz.- Por eso me acogió en su casa, no tengo ninguna duda. ¿Y a ti, cómo te ha
ido, María?
-
Bien, me he
bronceado, y espero que... no me dure mucho.
Marga me miró curiosa y
sospechosa.
-
Pues a mí me
gustaría que me durase mucho, en verano te pones muy guapa, María, te sienta.
-
Gracias,
Marga.- le dije sonriendo.- ¿Qué desea que hagamos hoy? ¿Un paseo, de compras, un libro... ?
-
Un libro,
esta tarde pasearemos. Aunque antes quiero que me cuentes como han sido tus
vacaciones, necesito oír algo nuevo que no sean los cotilleos del corazón.
Suspiré, enseguida me compuse
y comencé a relatarle el verano que había pasado en compañía de mi único
hermano.
Marga escuchaba atenta cada
palabra, sonreía, se ponía seria, volvía a sonreír y me regañó cuando le dije
que no le había dicho nada al posible chico de mi vida.
Tras ello, me animó diciéndome
algo parecido a lo de mi hermano con lo del destino, ella era una mujer que
creía en él. Después, me contó sus planes y los fatales días que había pasado
con su sobrina Vanessa, que sólo quería el dinero y la casa que ella tenía; por
ello, Marga había decidido trasladarse ella sola a una residencia.
-
Y tú, María,
deberías ir a ese hospital del que te llamaron una vez. Yo estaré bien sin ti,
aún tengo ovarios para enfrentarme a esa bruja de Vanessa.
Le sonreí, me caía bien, y no
podía negar que su sobrina fuera una bruja, ni siquiera me pagaba bien.
A la tarde, fui con Marga a
visitar la residencia, le explicamos la situación y la monja, que era amiga de
ella y conocía a Vanessa, le contestó que no había ningún problema, ella se
encargaría de todo. Marga estaba feliz.
-
Ahora, llama
al hospital, ¿quién sabe, María? Tú vales mucho. A lo mejor puedes encontrar
allí al amor de tu vida y todo.- comentó soñadora.
Negué.
-
No sucederá,
me parece que si hablamos de destino... estoy destinada a estar soltera, sin
perro que me ladre ni gato que me maulle.
-
Pequeña
María, - me dijo riendo y con ternura.- mírame, tengo 83 años, ya lo sabes, y
tengo mucha experiencia de la vida, la suficiente como para morirme en paz en
cuanto me deshaga de mi capulla sobrina.- dijo ya enojada, pero enseguida
cambió su tono a uno animoso.- El destino te tiene preparada una sorpresa,
estoy segura.
Y destino o no, a las pocas
semanas de irse a la residencia, me llamaron del hospital Eliseo, en la
capital.
Mi hermano me llevó hasta la
ciudad, me ayudó a buscar un apartamento cerca del lugar de trabajo y me pagó
el alquiler del mes contento de que tuviera lo que siempre había deseado,
trabajar en el hospital en mi especialidad; había estudiado enfermería y
auxiliar.
El apartamento era pequeño
pero muy cómodo y acogedor, constaba de un dormitorio de matrimonio, un baño,
cocina americana que caía sobre el comedor, y una pequeña terraza. Era un
ático, con ascensor, gracias al cielo, estaba nuevo y amueblado, y justo al
lado del hospital; tan sólo debía cruzar la acera para llegar a él, éste se
encontraba en el centro de la ciudad, por lo que tenía casi todo a mi alcance,
no podía quejarme.
Una semana después, ya conocía
a algunos compañeros, mi hermano venía de vez en cuando a comprobar como estaba
y me traía algo de víveres para la nevera. El saldo era generoso, pero él
quería que me viniera bien para todo.
Era sábado noche, me tocaba
guardia, paseaba aburrida por el pasillo comprobando que no había ningún ruido
sospechoso cuando una mano se me posó en el hombro. Me di la vuelta asustada, y
le miré más asustada aún, tanto que él me agarró pensando que iba a desmayarme.
-
Hola María,
creí que no volvería a verte. ¿Te encuentras bien?
¿Qué si me encontraba bien? La
verdad era que no, me temblaban las rodillas, el corazón me latía tan fuerte
que creía que él lo estaría oyendo... y me tenía agarrada por los hombros
cerquita de él... ¿Cómo iba a estar bien?
-
¿María?.- Me
llamó preocupado al ver que no le respondía.
Me fijé entonces que llevaba
una bata de médico, y que su nombre y apellido se leían en unas letras bordadas
en su bolsillo derecho.
-
¿Eres
médico?.- logré decir sorprendida.
Él sonrió, y yo creí volverme
loca igual que en verano cuando le conocí. Era él, José, ¿cosa del destino? No,
¿por qué iba a serlo? Además, yo no creía en él.
-
Sí, y tú
enfermera, o eso parece.- Me soltó.- Te sienta bien el uniforme.
-
Y a ti la
bata... - dije por decir algo.- es muy blanca e inmaculada.
-
Por supuesto,
uso Ariel ultra y lejía Neutrex, sin roturas.- me dijo él volviendo a
sonreírme.
No podía parar de mirarle, era
de pelo castaño claro, tenía la nariz más bonita que había visto, sus ojos eran
de color marrón oscuro, grandes, vivos y atentos, su boca era normal, pero sus
labios parecían de terciopelo... Era alto, recordé que había intentado pillarle
en altura con mis zapatos nuevos en casa probando delante del espejo; estaba
delgado, su padre tenía un gimnasio y su cuerpo era de infarto, al menos, lo
era para mí.
-
No sabía que
trabajaras aquí.- le hablé.
-
Yo tampoco
sabía que tú fueses la nueva enfermera de la que tanto hablan mis pacientes,
dicen que eres muy atenta y agradable.
Noté como se me subían los
colores, miré a un lado para que no lo notara.
-
Vaya, pues no
sabía nada, además, sólo llevo aquí una semana.
-
¿Sólo una
semana? Pues ningún médico lo diría cuando oye decir a sus pacientes tantos
elogios por una enfermera. ¿Te ha tocado guardia?
-
Sí, estaba
comprobando que todo iba bien.
-
Ya veo.
¿Quieres un café? Yo también tengo guardia, ¿te importa que te haga compañía?
¿Qué si me importaba? No, para
nada... bueno, según se mirara, porque por un momento pensé que todo era
irreal.
-
Cla...
claro.- le dije con una tímida sonrisa.
-
Enseguida
vuelvo, espérame aquí, iremos a la terraza.
Se volvió dándome la espalda, alejándose hacia el vestíbulo donde
estaban los ascensores. Cuando le perdí de vista, respiré hondo y traté de
controlar todas mis emociones, no podía dejarme llevar por ellas, tampoco era
momento de decirle que lo amaba... y menos aún dejarle ver que lo amaba, sería
terrible si él se diera cuenta si no sentía algo parecido por mí. Además, podía
estar saliendo con otra chica. Eso me deprimió.
-
Ten, tu café,
es de la máquina que han puesto nueva esta mañana, dicen que está bueno.- me
dijo.
-
Gracias, - le
contesté tomándolo.- ¿desde cuándo trabajas aquí?- le pregunté mientras
andábamos hacia la terraza y movía el café con la cucharilla de plástico.
-
Desde que
terminé la carrera, un año y medio aproximadamente. No sabía que hubieses
estudiado enfermería.
-
Primero hice
auxiliar en un cursillo de la
CEAC mientras estudiaba el bachiller, quería tener algo de
experiencia para cuando estudiara la carrera.
-
No me confundí
cuando te vi entonces, - le miré sorprendida.- me dije que eras una chica
brillante. Veo que no me he equivocado. ¿Y tu hermano?
Contesté a sus preguntas y yo
le hice otras. Vivía en un apartamento, sólo, como yo, y no tenía novia
(bien!), estaba especializado en geriatría, coincidiríamos en algunos días, eso
me puso contenta, sobre todo porque él también se alegraba de verme.
Cuando llegué a casa, no pude
hacer otra cosa que llamar a Javi, que cogió el teléfono respondiendo con voz
soñolienta:
-
¿Diga?
-
Javi... -
éste se espabiló pensando que me había ocurrido algo.- Todo va bien.- le
tranquilicé intuyendo sus pensamientos.
-
Entonces...
¿qué pasa, pequeña? Son las cinco de la madrugada.
-
Lo sé,
perdóname... es que... tengo que decírtelo, no puedo esperar al día.
-
Pues suéltalo
ya, va, sorpréndeme.
Reí.
-
José trabaja
en el hospital conmigo, en geriatría... ¡Es genial! Oh, Javi, creí que no
volvería a verle más.
-
¿Lo ves? Te
lo dije, está destinado a ti.
-
¿Pero qué
mosca te ha picado? Nunca me dijiste eso, quizás sí, algo parecido... Además,
ya sabes que no creo en el destino.
-
Vamos,
chiqui, sólo tienes que mirar y esperar, verás como tengo razón, está destinado
a ti.
-
No me hagas
ilusiones, no quiero llevarme otro chasco. Me conformo con verle y ser su
amiga, no puedo decirle que lo quiero... aún no.
-
Tú misma,
pero yo sí lo haría.
-
¡Javi, ¿es
qué crees que estoy loca?! Incluso puede pensar que soy una chiquilla, tiene
cinco años más que yo.
-
¿Y qué? ¿A
quién le importa? ¿Es que la vieja Marga te ha vuelto quisquillosa?
-
No, claro que
no.- oí risas.- No te rías, estoy muy nerviosa.
-
Me imagino,
pequeña, pero no te preocupes. Y Buenas noches.
-
¿Vas a
acostarte?- le interrogué decepcionada.
-
Pues claro,
¿qué quieres que haga sino? Son las cinco de la mañana, te lo recuerdo. ¿O es
que quieres que vaya al hospital y se lo diga yo por ti?- me dijo con retintín
divertido.
-
¡¿Cómo se te
ocurre?! ¡No, ni lo pienses!
Javi volvió a reír.
-
Entonces,
buenas noches, pequeña, cuídate, la semana que viene iré a verte. Aprovecha.-
cortó.
-
¿Qué
aproveche? Pero... - miré el teléfono sonriendo.
¿Sería capaz de ser feliz
siendo tan sólo su amiga? ¿O su enfermera?
El tiempo pasaba tan rápido...
llegó el invierno, la ciudad estaba en una montaña y los días eran fríos; José
y yo parecíamos conocernos de toda la vida, coincidíamos en gustos y proyectos,
nos interesaba nuestro trabajo y nos gustaba ver a los pacientes sonreír. Mi
hermano había comenzado con su trabajo y no venía tan a menudo como antes, de
hecho, apenas tenía tiempo para llamarme, él trabajaba en una de las empresas
de papá, de ordenadores, y por ser hijo, había sido nombrado como el nuevo
director de una nueva empresa que habían abierto en Badajoz, la cual, Javi
llevaba estupendamente.
En cuanto a mí, todo iba bien,
me renovaron el contrato para tres años, el alquiler del piso bajó de precio en
cuanto conocí a la anciana dueña de éste, pues era la hermana de Marga, me lo
dejó casi a mitad de lo que debía pagarle, en fin, casualidad, pero me gustó.
Era martes, tenía libre, y
como no llovía ni nada parecido, decidí salir de compras, me hacía falta un
buen abrigo, pues el que tenía estaba pidiendo jubilación.
Rebusqué en todas las tiendas
de alrededor, fue cuando en una, vi en el escaparate un hermoso vestido negro,
parecía raso, tenía un precioso escote de pico, la espalda cruzada en mariposa,
largo y con forma. Me quedé embobada mirándolo, parecía salido del cine.
-
Es bonito,
¿verdad? Seguro que a ti te queda bien.- Oí.
Me giré asombrada.
-
¿Qué... qué
haces aquí? ¿No tienes hoy trabajo?
-
No ahora,
esta noche, vivo cerca de aquí, te he visto desde mi ventana.- miró el
vestido.- En serio, deberías comprártelo, podrías necesitarlo, ¿quién sabe?
Suspiré mirándolo también.
-
No creo que
lo necesite, de hecho, debe ser bastante caro... paso, necesito un abrigo en
condiciones.
Él miró mi abrigo y sonrió.
-
Te creo,
necesita un buen médico.- reí al imaginarme mi abrigo atendido por un doctor,
pero pronto mi imaginación me traicionó siendo yo atendida por él... y de qué
manera. Miré el escaparate.- Oye, ¿quieres que te diga un buen lugar para
comprarte un abrigo?
-
¿Sabes
alguno?
-
Por supuesto,
el que llevo puesto aún sobrevive a estas heladas de invierno.
-
De acuerdo.-
le contesté.
Suspiré de nuevo mirando el
vestido por última vez.
-
¿Vamos?.- Me
habló haciendo que reaccionara.
Asentí siguiéndole.
-
Ese te queda
estupendamente.- me dijo.
Me observé en el espejo, era
un abrigo de pelo corto, suave, largo y ajustado , del mismo color que los ojos
de él.
-
¿De veras?
-
Sí,
cómpratelo, no es tan caro como el vestido.
Sonreí ante el comentario.
Pagué la prenda, eran las ocho
de la tarde, el cielo estaba oscuro amenazando lluvia. Me encogí al salir de la
tienda, soplaba un viento helado y húmedo. José me echó su abrigo por los
hombros, le miré sorprendida, él sonreía.
-
No te
resfríes, mi casa está por aquí, ¿vienes? Puedo acompañarte después a la tuya,
me dijiste que vivías cerca del hospital.
-
No creo que
sea buena idea.- él me miró extrañado.- Pienso que deberías descansar, me has
dicho que entrabas a las once, puedes dormir una hora, te sentará bien.
-
Ya lo he
hecho, he dormido cuatro, no una, de verdad, estoy lo suficientemente despierto
como para que no me rechaces una invitación.
Me sonrojé.
-
No es que no
quiera ir... pero... - le dije mirando al suelo.
-
Piensas que
debería descansar.- me alzó la barbilla suavemente con su mano mirándome.-
Gracias por preocuparte por mí, por favor, déjame agradecértelo.
Le observé paralizada, ¿le
gustaba? ¿me quería tanto como yo a él? ¿lo sabría algún día?
No tenía nada que perder, era
su amiga, ¿no?
-
Esta bien.
Sonrió victorioso.
Abrió la puerta, vivía en un
tercero, detrás de mi calle, su piso era algo más amplio que el mío. Dejamos
los abrigos en la percha de la entrada.
-
Pasa,
¿quieres una taza de café?
-
Eh...
descafeinado, yo no tengo guardia esta noche.
-
Es una pena,
me gustaría que me hicieras compañía.- Oí decirle mientras se alejaba hacia la
cocina.- Puedes explorar el piso si quieres, soy muy ordenado, no encontrarás
ningún calcetín ni calzoncillos esparramado.
Me sonrojé al pensar cómo
serían sus calzoncillos, de qué tipo usaría y color.
Entonces se abrió la puerta
del salón y apareció Vanessa, la sobrina de Marga; tenía un albornoz puesto, al
verme se quedó tan pillada como yo. José salió de la cocina y al verla, se
sorprendió.
-
Vanessa, ¿qué
haces aquí?
Ella reaccionó mirándole.
-
Eh...
bueno... verás, cariño... Tía Margarita... ¿qué hace ella aquí?- le preguntó
mirándome.
-
¿Os
conocéis?- preguntó él más sorprendido.
¿Vanessa era su novia? ¿Me
había mentido?
-
No importa, -
dije yo.- será mejor que me vaya.- salí del salón aguantando las ganas de
llorar. Cogí el abrigo poniéndomelo a toda velocidad.
-
¡Espera,
María!.- Oí que me llamaba..
-
¡Déjala! Sólo
te dará problemas, no sabes la que me ha armado con la tía.
-
Pero...
¡María!.- volvió a llamarme ignorándola.
Sin embargo, ya me había
marchado.
-
Anímate,
pequeña.- me decía Javi por el teléfono.- Ya vendrá otro. Además, puede que
Vanessa no fuera su novia.
-
Entonces...
¿cómo entró en su piso?
-
No lo sé, en
fin, olvídate ya de él y de Vanessa, no te conviene estar triste, debes sonreír
a tus pacientes.- me dijo con ternura.
Sorbí mis lágrimas.
-
Me ha
engañado...
-
Eso no lo
sabes, tampoco le has preguntado quién era ella exactamente.- contestó
suspirando.- Quizás estés equivocada, tú misma me has dicho que él parecía
sorprendido por la presencia de Vanessa.
-
Sí, pero...
ella le ha llamado cariño y...
-
Y has pensado
lo que has pensado.- volvió a suspirar.- Te comprendo, de verdad, pero no te
conduce a nada que sigas llorando y calentándote la cabeza por él.
-
Dijiste que
estaba destinado a mí.
-
¡Eh! A mí no
me eches la culpa. Y ahora que lo dices, si tú no creías en el destino.
-
¡Lo quiero!
-
Pues díselo.
-
Me odiará.
-
No, no si él
te corresponde.
Sequé mis lágrimas algo más
tranquila.
-
¿Aún crees
que está destinado a mí?
-
Son cosas del
destino, mi pequeña María. Si es como te digo, todo saldrá bien.
-
Javi.
-
¿Qué?
Sujeté el teléfono con fuerza.
-
Tengo miedo.
-
Lo sé,
pequeña, yo también lo tengo, pero confía en ti.
-
Sí, eso
haré.- le contesté y mi voz lo hizo con firmeza.
Al día siguiente, por la
tarde, me informaron de que José se había ido a su pueblo a ver a un familiar
enfermo y que no vendría hasta dentro de unos días.
Suspiré decepcionada, anoche
no había conseguido dormirme y había preparado todo lo que iba a decirle, tenía
tantas charlas imaginarias en mi cabeza que me sentía frustrada al no ver como
harían su efecto.
El teléfono sonó de repente,
me llamaron. Cogí el auricular.
-
¿Sí? ¿Madre
Laville? Cuánto tiempo sin oír su voz, ¿cómo está Marga?
-
¡Ay, María!
Está muy enferma, me ha pedido que te llame, quiere que vengas a verla.
-
En estos
momentos estoy trabajando, iré en cuanto pueda, se lo prometo.
-
Hazlo, María,
está tan huraña... creo que eres la única muchacha que ha sabido comprenderla,
ven pronto, por favor.
-
Sí, lo haré.-
contesté colgando y recordando que era la misma frase que había pronunciado
anoche.
Pedí al día siguiente libre
para ir; monté en el autobús, al menos, Marga, me haría olvidar por un tiempo a
José.
Dejé las cosas en casa antes
de dirigirme hacia la residencia de ancianos, la madre Laville, me abrió y
condujo personalmente hacia la habitación en dónde estaba Marga.
La anciana estaba dormida, su
rostro estaba muy pálido, 83 años que dejaban verse claramente ahora. Me
acerqué despacio hacia su lecho. Cogí su mano, era grande, arrugada, pero suave
y fuerte, y representaba a una mujer luchadora. Sonreí ante ello, recordé que
quería morir a los cien años y que me había hecho prometerle que la invitaría a
mi boda.
-
¿Qué es lo
que tiene?.- pregunté sin dejar de observarla.
-
Un poco de
anemia, - dijo una seria voz que reconocí sobrecogida.- pero se pondrá bien.
Me incorporé mirándole.
-
Creí que...
estabas visitando a un familiar... - comencé a decir.
Estábamos solos en la
habitación con la enferma, la madre Laville se había ido.
-
Y lo estoy.
-
¿Qué quiere
decir que lo estás?
Él se acercó a mí.
-
Pues eso, que
lo estoy, Margarita es familiar mío.
Miré a la anciana unos
momentos, me pareció ver que parpadeaba, volví a mirarle a él.
-
No lo sabía.
-
Yo tampoco
sabía que eras tú la que cuidaba de mi tía.
-
¿Tu tía?
-
Sí, Vanessa
es mi hermana. ¿Por qué te fuiste corriendo? Si Vanessa te cae mal, sólo tenías
que habérmelo dicho, no me hubiese importado echarla, yo tampoco la trago,
siempre quiso quedarse con tía Marga para heredar algo de su fortuna.- sonrió.-
Me alegró mucho saber que tú la ayudaste a trasladarse lejos de la bruja de mi
hermana. Yo no podía cuidar de ella debido al trabajo, pero si hubiese podido
me la habría llevado.
-
Entonces...
¿Vanessa es tu hermana? Creí que era...
-
¿Mi novia?.-
me sonrojé, él sonrió cogiéndome de los hombros, hizo que le mirara.- No, ella
es sólo mi hermana, pero tú... sé que eres más pequeña que yo y eso pero... no
puedo evitar sentir lo que siento por ti, - observé sus ojos color marrón oscuro,
brillaban fijos en los míos.- desde que te vi en la playa con tu hermano creo
que me enamoré de ti, eras tan simpática, agradable, única... siempre
intentando ser alegre... no sabía si yo a ti te gustaba... quise decirte antes
de irme a la ciudad que... que te amaba pero...
-
No tuviste el
valor suficiente.- le dije yo agachando la cabeza.
Me soltó sorprendido.
-
No, no tuve
el valor suficiente, pero lo he tenido ahora; creí que no volvería a verte más,
María... quizás pienses que estoy loco, pero creo que es cosa del destino que
coincidiésemos en la playa, en el trabajo, aquí... – le miré tranquilizándole.-
Creo que tú... que yo...
-
¡Pero a qué
esperas, muchacho! ¡Bésala de una vez!- oímos que decía una gruñona voz.
Miramos a la anciana que estaba sentada en la cama y nos miraba entre
divertida, emocionada y enfadada.- Si no lo haces, José, no te perdonaré nunca.
José me miró sonriente, se
aproximó a mi boca con la suya y me besó. Respondí a su beso... sus labios eran
de ese terciopelo que creía que eran... pero no sólo eso... rebosaban de amor y
podía sentirlo y palparlo.
Cuando abrí los ojos, él me
tenía cogida de la cintura con sus brazos y me observaba feliz.
-
Por fin, -
oímos de nuevo, me sonrojé al pensar lo que habíamos hechos delante de ella.-
creí que nunca te vería casado José, ni a ti tampoco María... Creo que estaré
curara para la boda, así que ir poniendo fecha, no viviré hasta los cien años,
y me tenéis que invitar.
José me soltó.
-
Tía Marga,
¿cómo se te ocurre? No habrá sido un plan tuyo, ¿verdad?
-
Bueno... la
estúpida capulla de tu hermana me confirmó mis sospechas de que tú eras el José
del que ella estaba enamorada en verano.- José me observó sorprendido.- Creí
que no haríais mala pareja. Y no me he equivocado.
-
¡Marga!.- la
llamé sonrojada al notar la mirada de José.
-
Así que
también te gustaba.
-
Yo tampoco
tuve valor para...
-
¿Decírmelo?
-
Sí.
-
Sí.- repitió
y sonrió.- Quizás sea pronto, pero, ¿cuándo quieres que pongamos la boda? A
propósito, debemos ir a por ese vestido negro que te quedaría tan bien, y no me
rechistes, es mi capricho que sea tuyo. Aunque, tendrás que usar para lavarlo
el nuevo Kalia negro, es un buen detergente para ello.
Reí.
-
¿Vais a poner
la fecha ya? Estoy cansándome de tanto culebrón. - Exclamó Marga contenta.
Le besé suave mirándole, él
sonrió, supe entonces que siempre sería feliz.
FIN