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miércoles, 11 de julio de 2012

Dulce y Hermosa


- Agua… más agua...- dijo en pequeños susurros audibles.
Tomé el vaso de plástico que habían dejado sobre la mesa portátil, eché aquel liquído transparente que pedía y se lo acerqué con una pajita, haciendo caso omiso de lo que las enfermeras me habían dicho de no hacer aquello; quité su mascarilla.
Padre, aproximó sus labios temblorosos y secos hacia el tubito de plástico, sorbiendo sin apenas fuerzas.
- …Ali… Alicia…- me llamó despegando su boca de la bebida.- quédate… quédate… no me dejes… no me dejes solo…
Aparté el vaso con el corazón encogido, presa de aquellos suplicios, volví a colocarle el oxígeno y agarré su mano libre de agujas con vías para los sueros; la sujeté con fuerza, tratando de no dejarme llevar por mis emociones, no podía permitir que me viera triste, no debía o eso le causaría más dolor del que ya sufría.
- Eres tan… bonita… mi niña…- habló y sonrió, le devolví el gesto frágilmente, escuchando su voz delicada.- Has crecido tanto… nunca… nunca pensé que… podría verte en tu graduación… a conocer a Mario… él te cuidará… es tan buen chico…
Noté como paraba para recuperarse un poco del aire que iba escaseando en sus pulmones; la mascarilla se cubría de vaho cada vez que decía una palabra que sonaba a hueco dentro de ella.
- Lo… único que… lamento… es… es… no poder llevarte… mi niña… al altar… perdóname… Alicia…
Me acerqué a su rostro y deposité un beso, dejándome caer en su frente unos momentos, de manera que no pudiera ver mi rostro roto por esa frase, ¿cómo no iba a perdonarle? ¿Cómo no iba a hacerlo?
- … Alicia… Alicia…- oí que me llamaba, su voz había caído nuevamente a otro tono más bajo y menos audible.- Le veo… está allí… en aquella esquina…
Me incorporé torpe, aguantando mis ganas de llorar, padre estaba tan mal de aquél infarto… los médicos no me habían dado ni una sola esperanza; madre se había ido hacía siete años, en un accidente, por lo que sólo me quedaba él, pues era hija única. Amaba a mi padre por encima de todas las cosas, él siempre había sido el fuerte, el valiente, el que me había animado a continuar con mi carrera… era mi todo, mi héroe.
Observé el lugar que me indicaba, donde sus ojos se habían posado. Allí no había nada, sólo era la esquina gris y blanca de la habitación del hospital, eso sí, la única que no tenía ni un solo objeto alrededor que la ocupase.
- Allí, no hay nada, padre.- le dije controlando mi voz, de manera que no temblase.
- … está allí… está allí… tan hermosa…
Miré de nuevo la esquina, ¿qué sería tan hermosa? Me acordé de que le habían dado morfina, sería posible que estuviese teniendo una alucinación.
- ¿Cómo es de hermosa?- le pregunté siguiéndole la corriente.
Él sonrió con esfuerzo, absorbiendo todo el aire posible para hablarme.
- … se ha quitado… la capucha… me sonríe… -  su timbre era sereno, continuaba mirando el rincón vacío.- tiene el pelo… tan negro… y largo… unos ojos tan… extraños…
Imaginarme su alucinación, me hizo torcer mi boca en un gesto suavemente curvo; aún sostenía su mano, esa mano encallada y áspera de tanto trabajar en el campo, en casa, de cuidarme.
-…sus ojos son… morados… Alicia… qué color tan… extraño…- repitió escudriñando aún aquel lugar.- sus labios son finos y oscuros… su rostro es tan pálido…su  postura… su semblante… tan majestuoso…- negué escuchándole, una linda visión de una chica.- Me está hablando…
- ¿Y qué dice, padre?- le pregunté.
Padre guardó silencio, aguzando el oído; la máquina del corazón dio un pitido de irregularidad al que miré sobresaltada.
Sentí la mano de mi padre moverse entre la mía. Volví a prestarle atención.
- Dice… que debe cumplir… cortar el hilo de la vida… para sacar mi alma… ella me llevara hasta Elisa… mi dulce Elisa…
¿Cortar el hilo de la vida? ¿Para sacar su alma? Miré de nuevo a la esquina, esta vez temerosa, ¿estaría viendo algo realmente? Un escalofrío me recorrió desde la nuca hasta los pies.
Elisa era el nombre de mi madre, padre nunca había podido borrarla de su cabeza, y me había hecho convivir tanto con su amor como con el de mi madre, puesto que él, había hecho el trabajo de los dos, recordando siempre todos los buenos momentos que habíamos vivido con ella; los malos no eran necesarios, pues padre decía que el mundo ya era demasiado injusto para hacerlo.
- … Ya se acerca… Alicia… - posó sus ojos en mí entonces, sonrió una vez más; llevó sus manos hacia mi rostro y lo sostuvo débilmente.- … te quiero mucho… mi niña… sigue tu camino… yo te velaré… donde estés…
La máquina emitió un nuevo sonido alarmante, la miré asustada, acababa de registrar una caída del ritmo coronario; otro pitido, esta vez proveniente de la del oxigeno.
- … qué hermosas alas… que rostro tan bello… ¿Cuál es… tu nombre?- oí que decía, mirando al otro lado de la cama, de donde yo estaba, entre las dos máquinas y los sueros.
Otro pitido. Vi horrorizara que los latidos estaban más bajos. Mis ojos buscaron a mi padre que aún seguía con la mirada perdida en el mismo sitio. Apreté su mano asustada, sabía que tenía que pasar, pero no podía hacerme la idea, aunque tuviera a Mario, él era mi única familia… lo quería tanto…
- … Te llamas… Muerte…- dijo, lo miré sorprendida.- Sí… puedes cumplir…- volvió a hablar cerrando los ojos.
- ¿Padre?- llamé angustiada.- Por favor… por favor…- sujeté con más ímpetu su mano con ambas mías, llevándola hacia mi pecho, agachando la cabeza.
La terrible máquina sonó de golpe con el sonido final, el oxígeno, dejó de emitir  presión mientras que el rostro de mi padre caía a un lado tranquilo y su mano se aflojaba en mi agarre. Mis lágrimas escaparon libremente mientras mordía mi labio inferior, todo había terminado.
Una brisa me acarició el rostro levemente, levanté mi mirada buscando al culpable de esa sensación tierna en tan cruel momento. Solté a padre quedándome boquiabierta ante tal ser que veía, con unas alas grises, vestía una túnica negra, su rostro era tal como había descrito mi padre… hermoso y dulce… con unos extraños ojos morados que relucían en su rostro pálido; pero había algo más.
Habían sido sus alas las que me habían acariciado, había sido su guadaña la que había cortado el hilo de la vida de mi padre… y ahora él, estaba a su lado, cogido por ella, para no perderse.
- Adiós.- dijo.
- Adiós…- contesté automáticamente, mientras con silenciosas lágrimas, veía como desaparecían ambos seres etéreos, mi padre y su hermosa y dulce muerte.

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