- Agua…
más agua...- dijo en pequeños susurros audibles.
Tomé el
vaso de plástico que habían dejado sobre la mesa portátil, eché aquel liquído
transparente que pedía y se lo acerqué con una pajita, haciendo caso omiso de
lo que las enfermeras me habían dicho de no hacer aquello; quité su mascarilla.
Padre,
aproximó sus labios temblorosos y secos hacia el tubito de plástico, sorbiendo
sin apenas fuerzas.
- …Ali…
Alicia…- me llamó despegando su boca de la bebida.- quédate… quédate… no me
dejes… no me dejes solo…
Aparté
el vaso con el corazón encogido, presa de aquellos suplicios, volví a colocarle
el oxígeno y agarré su mano libre de agujas con vías para los sueros; la sujeté
con fuerza, tratando de no dejarme llevar por mis emociones, no podía permitir
que me viera triste, no debía o eso le causaría más dolor del que ya sufría.
- Eres
tan… bonita… mi niña…- habló y sonrió, le devolví el gesto frágilmente,
escuchando su voz delicada.- Has crecido tanto… nunca… nunca pensé que… podría
verte en tu graduación… a conocer a Mario… él te cuidará… es tan buen chico…
Noté
como paraba para recuperarse un poco del aire que iba escaseando en sus
pulmones; la mascarilla se cubría de vaho cada vez que decía una palabra que
sonaba a hueco dentro de ella.
- Lo…
único que… lamento… es… es… no poder llevarte… mi niña… al altar… perdóname…
Alicia…
Me
acerqué a su rostro y deposité un beso, dejándome caer en su frente unos
momentos, de manera que no pudiera ver mi rostro roto por esa frase, ¿cómo no
iba a perdonarle? ¿Cómo no iba a hacerlo?
- …
Alicia… Alicia…- oí que me llamaba, su voz había caído nuevamente a otro tono
más bajo y menos audible.- Le veo… está allí… en aquella esquina…
Me incorporé
torpe, aguantando mis ganas de llorar, padre estaba tan mal de aquél infarto…
los médicos no me habían dado ni una sola esperanza; madre se había ido hacía
siete años, en un accidente, por lo que sólo me quedaba él, pues era hija
única. Amaba a mi padre por encima de todas las cosas, él siempre había sido el
fuerte, el valiente, el que me había animado a continuar con mi carrera… era mi
todo, mi héroe.
Observé
el lugar que me indicaba, donde sus ojos se habían posado. Allí no había nada,
sólo era la esquina gris y blanca de la habitación del hospital, eso sí, la
única que no tenía ni un solo objeto alrededor que la ocupase.
- Allí,
no hay nada, padre.- le dije controlando mi voz, de manera que no temblase.
- … está
allí… está allí… tan hermosa…
Miré de
nuevo la esquina, ¿qué sería tan hermosa? Me acordé de que le habían dado
morfina, sería posible que estuviese teniendo una alucinación.
- ¿Cómo
es de hermosa?- le pregunté siguiéndole la corriente.
Él
sonrió con esfuerzo, absorbiendo todo el aire posible para hablarme.
- … se
ha quitado… la capucha… me sonríe… - su
timbre era sereno, continuaba mirando el rincón vacío.- tiene el pelo… tan
negro… y largo… unos ojos tan… extraños…
Imaginarme
su alucinación, me hizo torcer mi boca en un gesto suavemente curvo; aún
sostenía su mano, esa mano encallada y áspera de tanto trabajar en el campo, en
casa, de cuidarme.
-…sus
ojos son… morados… Alicia… qué color tan… extraño…- repitió escudriñando aún
aquel lugar.- sus labios son finos y oscuros… su rostro es tan pálido…su postura… su semblante… tan majestuoso…- negué
escuchándole, una linda visión de una chica.- Me está hablando…
- ¿Y qué
dice, padre?- le pregunté.
Padre
guardó silencio, aguzando el oído; la máquina del corazón dio un pitido de
irregularidad al que miré sobresaltada.
Sentí la
mano de mi padre moverse entre la mía. Volví a prestarle atención.
- Dice…
que debe cumplir… cortar el hilo de la vida… para sacar mi alma… ella me
llevara hasta Elisa… mi dulce Elisa…
¿Cortar
el hilo de la vida? ¿Para sacar su alma? Miré de nuevo a la esquina, esta vez
temerosa, ¿estaría viendo algo realmente? Un escalofrío me recorrió desde la
nuca hasta los pies.
Elisa
era el nombre de mi madre, padre nunca había podido borrarla de su cabeza, y me
había hecho convivir tanto con su amor como con el de mi madre, puesto que él,
había hecho el trabajo de los dos, recordando siempre todos los buenos momentos
que habíamos vivido con ella; los malos no eran necesarios, pues padre decía
que el mundo ya era demasiado injusto para hacerlo.
- … Ya
se acerca… Alicia… - posó sus ojos en mí entonces, sonrió una vez más; llevó
sus manos hacia mi rostro y lo sostuvo débilmente.- … te quiero mucho… mi niña…
sigue tu camino… yo te velaré… donde estés…
La
máquina emitió un nuevo sonido alarmante, la miré asustada, acababa de
registrar una caída del ritmo coronario; otro pitido, esta vez proveniente de
la del oxigeno.
- … qué
hermosas alas… que rostro tan bello… ¿Cuál es… tu nombre?- oí que decía,
mirando al otro lado de la cama, de donde yo estaba, entre las dos máquinas y
los sueros.
Otro
pitido. Vi horrorizara que los latidos estaban más bajos. Mis ojos buscaron a
mi padre que aún seguía con la mirada perdida en el mismo sitio. Apreté su mano
asustada, sabía que tenía que pasar, pero no podía hacerme la idea, aunque
tuviera a Mario, él era mi única familia… lo quería tanto…
- … Te
llamas… Muerte…- dijo, lo miré sorprendida.- Sí… puedes cumplir…- volvió a
hablar cerrando los ojos.
-
¿Padre?- llamé angustiada.- Por favor… por favor…- sujeté con más ímpetu su
mano con ambas mías, llevándola hacia mi pecho, agachando la cabeza.
La
terrible máquina sonó de golpe con el sonido final, el oxígeno, dejó de
emitir presión mientras que el rostro de
mi padre caía a un lado tranquilo y su mano se aflojaba en mi agarre. Mis
lágrimas escaparon libremente mientras mordía mi labio inferior, todo había
terminado.
Una
brisa me acarició el rostro levemente, levanté mi mirada buscando al culpable
de esa sensación tierna en tan cruel momento. Solté a padre quedándome
boquiabierta ante tal ser que veía, con unas alas grises, vestía una túnica
negra, su rostro era tal como había descrito mi padre… hermoso y dulce… con
unos extraños ojos morados que relucían en su rostro pálido; pero había algo
más.
Habían
sido sus alas las que me habían acariciado, había sido su guadaña la que había
cortado el hilo de la vida de mi padre… y ahora él, estaba a su lado, cogido
por ella, para no perderse.
-
Adiós.- dijo.
-
Adiós…- contesté automáticamente, mientras con silenciosas lágrimas, veía como
desaparecían ambos seres etéreos, mi padre y su hermosa y dulce muerte.
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