Abandoné
la tarea, quitándome las gafas y restregándome los ojos, apenas podía
distinguir lo que estaba haciendo, mi vista se había vuelto como si tuviera una
neblina espesa delante, y la cabeza comenzaba a dolerme de tanto esforzarla.
Dejé con
cuidado el tubo de ensayo en su lugar, tapándolo para evitar posibles
contaminaciones. Apagué el microscopio retirando la muestra que había estado
estudiando, la muestra perfecta para poder realizar aquel clon… Una nueva vida
tejida de mis manos ante ese mundo que podía ver a través de la ventana de
grueso vidrio triplicado, adaptado para sobrevivir ante cualquier tipo de
urgencia… en la que había quedado doblemente atrapada.
Nadie
imaginó que la especie más fuerte, la más inteligente, la suprema… sería la
única que acabaría con toda vida existente…
Me
levanto del taburete mientras las lágrimas salen al recordar aquel horrible
paisaje, ahora desierto y de tonos rojizos, con su ambiente asesino de cuanto
tocara; excepto a mí, porque yo estaba a salvo en aquella jaula, en aquél
bunker preparado contra todo pronóstico inimaginable. Y sola, siempre sola… no
sé cuánto tiempo pasó, ni cómo llegué a esa conclusión, sólo sé que lo hice, y
que ahí estaba ahora…
No tomé
nada esta vez para guardar en las reservas, en la enorme nevera repleta de
moléculas de ADN, que me enloquecían con su interminables conjugaciones.
Caminé
lenta y sinuosa, buscándome, sabía dónde estaba… sabía todo de mí, yo era la
única superviviente de la catástrofe, la única salvadora de la humanidad… reí
ante tal pensamiento insulso, mientras abría la habitación y mis ojos se
clareaban al verme, en aquella cama, toda perfecta en sinuosa armonía, con las
misma curvas, los mismos labios, las misma manos… que se aproximaron para
fundirme en un abrazo.
Me dejé
caer rendida, nada era comparable a esa sensación de ser amada por sí misma, a
corresponder con el mismo anhelo con el que yo respondía.
Su
abrazo se aflojó para observarme a los ojos, profundizando hondamente,
reflejándonos en ellos como en un espejo.
Desabotoné
mi bata de algodón blanca, dejándola caer intencionadamente sin dejar de
mirarme en ese pozo verde de agua caliente, acariciándome el rostro y
aproximándome hacia mis labios… labios que muerdo y me muerden, me atrapan con
su lengua en una dulce tortura… arrastrándonos hasta la cama deshecha,
echándome en ella, amándome cada rincón de mi hermoso cuerpo, mezclando
nuestros cabellos de fuego en una suave danza irracional.
Nada es
comparable a ese sentimiento que me eleva, nada es tan perfecto y
sincronizante, nada es tan agónico y loco como aquello.
Dibujo
besos sobre mi vientre, bajando cada vez más hacia mi opuesto sexo, sintiendo
cada temblor de excitación, cada gemido de mi propia boca que me hace perderme.
Pero el
recuerdo vuelve hacia mí, asolándome fuertemente, haciéndome abandonar aquella
acción que debería aborrecer… por ser yo misma, por consumirme de ese modo
hasta la depravación.
Me miró
desde abajo, en un martirio de desconsuelo; sólo yo sé cómo pienso, por lo que
lo hago doblemente, quitándome el peso de mi propio cuerpo de encima, saliendo
de la cama.
Andé en
silencio hacia el cristal de la habitación, que separaba sin escrúpulos, el
laboratorio donde había estado.
Traspasé
la puerta de vidrio, dejándome atrás, volviendo al lugar del trabajo insaciable
que no me permitía el descanso.
Un sol
rojo se alzaba en la claraboya del techo, agónico y apocalíptico, memorándome
cada momento vivido en este lugar de pesadilla.
Ni
siquiera había tomado mi única prenda, aquella bata blanca impoluta de algodón.
Me vuelvo para hallarla acercándome a la pared, viéndome de nuevo… despertando
el deseo una vez más en un suspiro.
Me dejé
caer, contemplándome, dibujándome con mis ojos y sentidos, mi cuerpo, mi otro
yo con miembro viril. Alzamos las manos intentando encontrarlas a través de la
fría superficie, besando nuestro propio reflejo y alejándome mutuamente, porque
pensamos lo mismo.
Pido
perdón sin nombrar a Dios, porque ya no tengo la certeza de su existencia, pero
sí nombrándome, cerrando los ojos en un suplicio de mi amargura.
Abro el
cajón del escritorio, tomo el arma ya cargada, preparada para acabar con mi
sufrimiento. Camino hacia mí, entrando en la habitación; me miro enteramente
con una ilusa sonrisa; aprieto el gatillo disparando dos veces.
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