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miércoles, 11 de julio de 2012

Reflejo


Abandoné la tarea, quitándome las gafas y restregándome los ojos, apenas podía distinguir lo que estaba haciendo, mi vista se había vuelto como si tuviera una neblina espesa delante, y la cabeza comenzaba a dolerme de tanto esforzarla.
Dejé con cuidado el tubo de ensayo en su lugar, tapándolo para evitar posibles contaminaciones. Apagué el microscopio retirando la muestra que había estado estudiando, la muestra perfecta para poder realizar aquel clon… Una nueva vida tejida de mis manos ante ese mundo que podía ver a través de la ventana de grueso vidrio triplicado, adaptado para sobrevivir ante cualquier tipo de urgencia… en la que había quedado doblemente atrapada.
Nadie imaginó que la especie más fuerte, la más inteligente, la suprema… sería la única que acabaría con toda vida existente…
Me levanto del taburete mientras las lágrimas salen al recordar aquel horrible paisaje, ahora desierto y de tonos rojizos, con su ambiente asesino de cuanto tocara; excepto a mí, porque yo estaba a salvo en aquella jaula, en aquél bunker preparado contra todo pronóstico inimaginable. Y sola, siempre sola… no sé cuánto tiempo pasó, ni cómo llegué a esa conclusión, sólo sé que lo hice, y que ahí estaba ahora…
No tomé nada esta vez para guardar en las reservas, en la enorme nevera repleta de moléculas de ADN, que me enloquecían con su interminables conjugaciones.
Caminé lenta y sinuosa, buscándome, sabía dónde estaba… sabía todo de mí, yo era la única superviviente de la catástrofe, la única salvadora de la humanidad… reí ante tal pensamiento insulso, mientras abría la habitación y mis ojos se clareaban al verme, en aquella cama, toda perfecta en sinuosa armonía, con las misma curvas, los mismos labios, las misma manos… que se aproximaron para fundirme en un abrazo.
Me dejé caer rendida, nada era comparable a esa sensación de ser amada por sí misma, a corresponder con el mismo anhelo con el que yo respondía.
Su abrazo se aflojó para observarme a los ojos, profundizando hondamente, reflejándonos en ellos como en un espejo.
Desabotoné mi bata de algodón blanca, dejándola caer intencionadamente sin dejar de mirarme en ese pozo verde de agua caliente, acariciándome el rostro y aproximándome hacia mis labios… labios que muerdo y me muerden, me atrapan con su lengua en una dulce tortura… arrastrándonos hasta la cama deshecha, echándome en ella, amándome cada rincón de mi hermoso cuerpo, mezclando nuestros cabellos de fuego en una suave danza irracional.
Nada es comparable a ese sentimiento que me eleva, nada es tan perfecto y sincronizante, nada es tan agónico y loco como aquello.
Dibujo besos sobre mi vientre, bajando cada vez más hacia mi opuesto sexo, sintiendo cada temblor de excitación, cada gemido de mi propia boca que me hace perderme.
Pero el recuerdo vuelve hacia mí, asolándome fuertemente, haciéndome abandonar aquella acción que debería aborrecer… por ser yo misma, por consumirme de ese modo hasta la depravación.
Me miró desde abajo, en un martirio de desconsuelo; sólo yo sé cómo pienso, por lo que lo hago doblemente, quitándome el peso de mi propio cuerpo de encima, saliendo de la cama.
Andé en silencio hacia el cristal de la habitación, que separaba sin escrúpulos, el laboratorio donde había estado.
Traspasé la puerta de vidrio, dejándome atrás, volviendo al lugar del trabajo insaciable que no me permitía el descanso.
Un sol rojo se alzaba en la claraboya del techo, agónico y apocalíptico, memorándome cada momento vivido en este lugar de pesadilla. 
Ni siquiera había tomado mi única prenda, aquella bata blanca impoluta de algodón. Me vuelvo para hallarla acercándome a la pared, viéndome de nuevo… despertando el deseo una vez más en un suspiro.
Me dejé caer, contemplándome, dibujándome con mis ojos y sentidos, mi cuerpo, mi otro yo con miembro viril. Alzamos las manos intentando encontrarlas a través de la fría superficie, besando nuestro propio reflejo y alejándome mutuamente, porque pensamos lo mismo.
Pido perdón sin nombrar a Dios, porque ya no tengo la certeza de su existencia, pero sí nombrándome, cerrando los ojos en un suplicio de mi amargura.
Abro el cajón del escritorio, tomo el arma ya cargada, preparada para acabar con mi sufrimiento. Camino hacia mí, entrando en la habitación; me miro enteramente con una ilusa sonrisa; aprieto el gatillo disparando dos veces.

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